Curiosidad infantil

Audrey Hepburn y George Peppard se abrazaban, con desesperación, bajo una intensa lluvia en un callejón de Nueva York. Apenas salieron las letras, la pequeña lo miró y de forma inocente le preguntó:
—Tito ¿tu nunca te has enamorado?
El tío la observó con asombro. Percibía en la pregunta cierta picardía mezclada con curiosidad infantil. Él era el único soltero de cinco hermanos y ya pasaba de los cuarenta y cinco años.
Pensó por un instante y recordó que una vez estuvo enamorado. Pero no, no fue amor. Si lo hubiera sido, en la locura que envuelve el sentimiento, hubiera abandonado todo por ella y no lo hizo. Quizás ahora le pesaba, pero entonces venció la razón. Sus relaciones posteriores fueron caprichos efímeros. ¿Amor? No, nunca hubo amor.
La niña seguía mirándole, con los ojos muy abiertos, esperando la respuesta de su tío.
—¡Qué cosas tienes, criatura! —fue todo lo que dijo, mientras echaba mano a la cartera para convidarla con un billete de cinco euros, como si así pudiera comprar la voluntad de la pequeña y evitar su curiosidad.

Víctor Manuel Jiménez Andrada

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