Penitencias


Salgo a pasear bien temprano. Estoy en mi lugar de vacaciones, muy cerca del mar. Es domingo por la mañana y acaba de salir el sol. Recorro una avenida céntrica y me cruzo con algunos grupos dispersos. En todas partes veo los mismos actos de penitencia. Decenas de mujeres jóvenes –algunas apenas rebasan el límite de las últimas horas de la adolescencia-, regresan a sus casas descalzas, con los zapatos en las manos, después de largas horas bailando en las salas de fiesta de moda.

Alguien me dijo una vez que es el precio que hay que pagar por querer embellecer los pies y ganar un puñado de centímetros de altura al llegar la noche. Uno se acuerda de Cenicienta perdiendo su zapatito de cristal a la salida del palacio y del príncipe persiguiéndola, completamente enamorado. Es bonito relatarlo así, es casi poético. Muy ñoña, sí, pero preferible a escuchar, como me ha tocado en alguna ocasión, algo similar a: Estos zapatos de los cojo*** me han jodi** bien jodi** los pies. Estoy hasta el coñ*, mejor voy descalza y a tomar por el cul*.

Hay que ver lo rico que es el idioma y de cuántas formas diferentes se puede contar lo mismo. Mejor apartarse de los extremos del lenguaje e ir al término medio que, como bien dice Aristóteles, es donde se encuentra la virtud.


Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Caceresentumano.com 25/7/2011

Ilustración: Gualler Fot; Sobre el infierno

El recuerdo del viejo barrio

Vi sus ojos salpicados por unas lágrimas en las que se reflejaba el recuerdo de los niños que fuimos. El menor de sus hijos y yo teníamos la misma edad. Ambos formábamos parte de la pandilla de amigos que vivimos el principio de los ochenta en el sabor de un barrio como ya no existen. Eso duró hasta que llegó la hora de una adolescencia ávida en devorar susurros infantiles y cantos de pájaros.
La señora Encarna debía rondar los setenta, si es que no los pasaba, pero en su voz, un poco ronca, todavía latía ese tono sereno y a la vez animado con el que rompía el silencio de la escalera tras la hora de la siesta. En su mirada empañada, por un breve instante, percibí cientos de imágenes que se sucedieron con toda nitidez. Imágenes que zarandearon el árbol del pasado hasta que de sus ramas cayeron hojas amarillas y hermosas.
La mujer estaba viuda y yo conocía su tristeza, su soledad y a la vez su consuelo, porque sabíamos que su marido no le había dado buena vida. Aunque siempre la recordaba con vestidos oscuros, me llamó la atención su luto riguroso, que en el fondo no era más que una fachada por un improbable que dirán.
Nuestro encuentro apenas duró cinco minutos, pero la candela que encendió en mi corazón ilumina, aún hoy, unos días que creía perdidos.


Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Digitalextremadura.com 6/6/2011

Ilustración: Tomás Taure Alonso; Juegos perdidos

Las cosas cambian


Llegó el alba y seguían bailando. Camareros cansados servían las últimas copas a los clientes que demoraban el momento de marchar. Querían alargar la noche hasta lo imposible. No sabían que aquella mañana marcaría una frontera y que las largas madrugadas de sábado no volverían nunca.




Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Avuelapluma 20/6/2011

Ilustración: Bass Marta ; Bailando tango argentino

La balanza (poema interpretado con bocina)


En el mundo se producen alimentos
para 12.000 millones de personas. (moc-moc)

En el mundo hay 7.000 millones de persona
y muchos tienen hambre.
Muchos mueren de hambre (moc-moc)

La especulación en los productos básicos
ahoga a África (moc-moc)

Una barra de pan cuesta un euro o un charco de sangre,
según mercados. (moc-moc)

Mientras aquí matamos el hambre —cuando se nos antoja—
allí, no tan lejos, el hambre mata. (moc-moc)

No sabemos medir distancias.
Los estómagos llenos afectan a la agudeza visual.
(moc-moc)

La balanza se niega a pesar las culpas que creemos no tener.
A esa ignorancia la llamamos FELICIDAD. (moc-moc)

Al menos que nos quede el consuelo
de haber hecho RUIDO (moc-moc-moc-moc)

Víctor M. Jiménez Andrada
Fotografía: Recital en Aldeacentenera (Cáceres) 7-agosto-2011

El héroe


El ejército diezmado se guarece en un horrible campamento. Comen panes mohosos y beben aguas infestas. Los heridos se hacinan en sucios lechos esperando una muerte segura. Las deshiladas banderas aún se mantienen en pie, con cierto orgullo, a la entrada de la tienda del General. Los quejidos y lamentos flotan en el aire. Ademar, el héroe en otros tiempos, cambia sus vendajes. Las heridas son dolorosas pero no se abre su boca. Aprieta los dientes y solo permite que el sufrimiento fluya si no se refleja en su cara delgada. Anima a los compañeros cabizbajos mientras sueña con las verdes praderas de su tierra natal.
Se oye la voz del vigía. Grita hasta destrozarse la garganta. Las tropas enemigas los vuelven a cercar. Son miles y están bien equipados. Ademar se pone en pie pesadamente. Le duele cada centímetro de su piel. Estira su brazo, toma la vieja espada y la levanta al cielo mientras ruge añejas consignas. El General sale de la tienda acompañado de sus oficiales, tiene el rostro inexpresivo. Se sitúan a la cabeza del triste ejército. Ademar toma posición a la derecha del General. El enemigo forma frente a ellos, sus armas amenazantes hieren el horizonte del amanecer. Avanzan. Ademar sabe que hoy morirá. No tienen ninguna posibilidad de escapar. Solo le queda cumplir con su deber y perder hasta la última gota de sangre por unos ideales que ahora se antojan absurdos y lejanos. Por un segundo recuerda antiguas mieles. Una lágrima invisible se desprende de su mejilla. Por primera vez en su vida tiene miedo. La orden lo arranca de sus pensamientos y con el pesado acero en alto marcha, junto a sus compañeros, al abismo infinito de los libros de historia.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
(publicado en Letras Breves n. 3 abril-junio 2011)

Ilustración: Plegaria del caballero. La Mora (Argentina)


Velada poética en Aldeacentenera


El domingo, día 7, a partir de las 21:30 h. estaremos en el Teatro Municipal de Aldeacentenera. Os esperamos

José Cercas, Víctor M. Jiménez, Vicente Rodríguez, Puri Claver,
César Rina, Rafael Marchena y Santiago Tobar.
Y los cantautores: Manuel Cobos y Pepe Extremadura.

Casualidades


El hombre aprovechaba los días de mercado para hacer negocio. Si tenía suerte, volvía a casa con cinco o seis carteras repletas de dinero. Logró sustraer la billetera de un tipo gordo y huyó lejos. En la tranquilidad de la chabola examinó el contenido. Nunca se imaginó que encontraría una fotografía de su mujer desnuda entre la documentación de aquel desconocido.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
(publicado en Avuelapluma 6/6/2011)

Ilustración: Con cierta sorpresa. Susana Negri