Todos los hombres

    
Sabía que lo tenía que matar. Cuando ingresó en la Organización empezó con trabajos menores, pero ahora había logrado, por fin, la oportunidad anhelada. Ganaría mucho dinero, aunque debía acuñar el valor suficiente. No era lo mismo romperle las piernas a un desgraciado comerciante chino que cargarse al director de una gran empresa. Lo conocía por fotografías, no le era especialmente antipático, ni tampoco cercano. En realidad le parecía indiferente. Creía que el trabajo sería sencillo. Pero en ese momento, sin saber muy bien porqué, a su mente vino la imagen de un brócoli y de repente una idea terrible anidó en él.
—Si mato a un hombre, será como matar a todos los hombres —pensó en voz alta —, mancharé mis manos con la sangre de toda la humanidad y no quiero cometer ese crimen. Si mato a ese hombre y con ello acabo con toda la humanidad, como soy un hombre, también moriré. Pero tengo un compromiso y siempre cumplo mi palabra. Haré el trabajo.
Su cabeza se quebraba en esas divagaciones mientras terminaba de montar mecánicamente el cargador en la pistola.
—¿Y si me mato yo? —sonrió como si hubiera encontrado las respuestas a todas sus dudas —. Si acabo conmigo, como también soy un hombre, acabaré con la humanidad y por lo tanto con mi víctima, así cumpliré mi misión sin remordimientos.
Se apuntó a la sien y se descerrajó un tiro. Murió en el acto. Nadie le había explicado que a la teoría de los fractales no se le puede aplicar la propiedad conmutativa.

Víctor M. Jiménez Andrada.-
Publicado en LB nº. 6

1 comentario:

Alfonso Carabias dijo...

Queda por ver sí en el otro barrio se la explican, aunque creo que a el ya le dará igual.

Te han quedado bien las pequeñas pinceladas de novela negra. Felicidades cuñao.