El ser híbrido

(Del lat. hybrĭda).
1. adj. Dicho de un animal o de un vegetal: Procreado por dos individuos de distinta especie. U. t. c. s.
2. adj. Biol. Dicho de un individuo: Cuyos padres son genéticamente distintos con respecto a un mismo carácter.
3. adj. Se dice de todo lo que es producto de elementos de distinta naturaleza.
El ser híbrido no es de nadie. Tiene la sangre mestiza, ningún color lo identifica como suyo. Es marginado de los círculos, con buenas formas y fingida educación se le aparta. Sin embargo, es fuerte y sirve de pilar imprescindible a seres puros. Aunque los demás no lo sepan, o prefieran ignorarlo, el ser híbrido tiene corazón y se entristece cada vez que nota gestos de rechazo sutiles, miradas de desprecio y sonrisas de compromiso.
El ser híbrido también llora, pero nadie lo ha visto. Ni siquiera se imaginan que sus ojos tengan lágrimas. A veces, quiere hablar y decir lo que siente, pero luego calla y piensa que es mejor que todo fluya mostrando su verdadera naturaleza. Él es para todos y no es de nadie, pues nadie lo hace suyo. Solo es, en definitiva, aceptado por otros seres híbridos.
Yo soy un ser híbrido.
   

Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 17/4/2013

Nebula

Nebula es un lugar muy lejano en una montaña alta. Los caminos que llevan allí son escarpados y están llenos de peligros. Es fácil perderse y es complejo regresar. Los viajeros no se suelen aventurar más allá de la primera encrucijada. En ese punto, una calavera sobre una estaca parece advertir del mal que se extiende por todos los rincones. La vegetación es densa a lo largo del sendero y las copas de los árboles se mezclan formando una cúpula de hojas muy tupida por la que apenas penetran tímidos rayos de sol. Pero en Nebula habita un fabuloso hacedor de versos que se llama Papyrus. Sus poemas tienen poder mágico para quienes creen en ello. Mucho se habla de Papyrus y sus milagros, pero nadie lo ha visto en primera persona.

Un día, un viejo comerciante me ofreció una carpeta azul en cuyo interior decía que se hallaban un buen puñado de poemas escritos por la mano del mismo Papyrus. El precio alto y la condición de tenerlos que ver al caer la noche me hicieron dudar de la honestidad del mercader. Pero el ansia de poseer los manuscritos eclipsó las últimas hebras de prudencia. Acepté el trato, pagué el dinero y me marché a casa con mi tesoro bajo el brazo. Al caer la noche abrí la carpeta y comprendí que Nebula era un lugar muy lejano en una montaña alta.
    
Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en "Un rato para un relato", Rumorvisual, 2010

Acción "Cordel de letras"

Acción: "Cordel de letras"
Lugar: Playa de Punta Umbría (Huelva).
Realizada el día 4 de mayo de 2013, de 17:12 a 17:20
En un cordel se introducen cuatro poemas impresos sobre papeles de colores que tienen un orificio en la esquina para facilitar la labor. Se separan unos de otros mediante nudos. Después se ata el cordel y se deja que el viento juegue con los poemas como si fueran banderita. Se abandona allí hasta que alguien decide llevárselo a su casa, tirarlo a una papelera o es arrancado por el viento.



 

El mundo de plastilina

  
El niño quedó maravillado cuando recibió el regalo. Era una cajita con barras de plastilina de colores. Tardó muy poco en irse a su mesa de trabajo y esparcirlas sobre el tapete que protegía la madera. El pequeño tomaba una barrita y la juntaba con otras. Sacaba la lengua y la movía de un lado a otro cuando hacía fuerza con sus manos. Amasaba lenta y firmemente los colores. El rojo se mezclaba con el azul, el amarillo se confundía con el verde, el blanco y el negro se entretejían. El conjunto era una masa multicolor que se transformó poco a poco en un solo color: el gris. Era imposible distinguir el rojo del verde, el negro del azul. Era inseparable el amarillo del naranja, el rosa del violeta. Todo era uno. Las diferencias se habían convertido en parte de una misma cosa. Cuando el chiquillo quedó satisfecho con su trabajo, tomó la masa gris y empezó a formar con ella una bola. La hizo lo más regular que supo, rodándola una y otra vez sobre el tapete de plástico. Al terminar, se levantó de su sillita y se acercó a mí. Yo había observado su juego en silencio, simulando leer un libro.
—Oye, mira lo que tengo —dijo llamando mi atención.
—¿Qué es eso? —pregunté con un gesto fingido de intriga.
—Es el mundo.
Su respuesta me fascinó y me llenó de ternura. Aquel día aprendí una gran lección.


Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 1/abril/2013

Preguntas y decepciones



Cuando me preguntó, me hubiera gustado decir que sí, que era escritor y que estaba ejerciendo mi oficio en ese momento. Nunca se me dio bien mentir y le conté la verdad: repasaba temas para una triste oposición. Noté cierta decepción en sus ojos. Mi ego tampoco quedó demasiado satisfecho. Desde ese día decidí llamarme por mi nombre.
  
Víctor M. Jiménez Andrada.
Publicado en AVP 24/42013
Fuente imagen: http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/

Olor a rancio



Ya en mi época de adolescente no nos decían eso de: “no te toques o te quedarás ciego”. Pero el eco de aquellas palabras aún flotaba en unos días en los que todos pretendían ser modernos y abiertos a los nuevos tiempos, sin renunciar, por supuesto, al corcho grueso de la moral que los había envuelto durante años. El resultado era tan lamentable como intentar cubrir con una tela impecable un trozo de tocino rancio, creyendo eso suficiente para disimular el olor.

Una de las cosas más ridículas que nos aconteció fueron ciertas charlas de un profesor que insistía en hacernos ver que en un grupo de muchachos —el colegio era solo de chicos— entre los catorce y los quince años, al menos había dos pervertidos que pensaban en mujeres con intenciones deshonestas. Decía saber esto porque Dios se lo susurraba al oído. Nosotros nos limitábamos a intercambiar miradas cómplices y risitas ahogadas.

Estaba muy claro que Dios era mal contable, o al menos ese Dios que se dedicaba a difundir datos estadísticos sobre infractores morales, porque entre cincuenta adolescentes con las hormonas en plena ebullición, lo extraño hubiera sido que la cifra bajara del cien por cien.

Esto que cuento es solo un ejemplo de los acontecimientos extraños que se daban en esos días y que hoy sirven para alimentar las conversaciones sobre el pasado con un rico y divertido anecdotario.


Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 18/3/2013
Fuente de la imagen: http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/
 

Risas

 

-La oí reírse de manera escandalosa —me dijo el viejo cartero —. Estaba con dos amigas en aquella cafetería del centro. Parecían pasarlo muy bien. Una vecina me dijo que pasaba allí todas las tardes, así que no tuve más remedio que ir a buscarla. La conocía bien y no puedo decir que me resultara simpática. Nunca me había alegrado, hasta ese momento, de ser portador de malas noticias. Cuando me dirigí a ella por su nombre, se quedó paralizada. Sin muchos miramientos puse el telegrama con el sello del ejército en sus manos. Salí a toda prisa, pero aún desde la calle oí sus gritos desgarrados. No pude evitar una sonrisa.

Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en AVP 8/4/2013
Fuente imagen: http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/