Muestra un lazo de papel atado a la cola y veinte pares de ojos lamen la estela virgen de su piel. Se deja acariciar por la sonrisa afilada de un gato perverso, mientras contempla a cien elefantes sobre la tela de una araña. Las promesas se precipitan al balde de aguas fecales cuando la música de las monedas taladra el momento de duda y la arrastra al sol que más alumbra. Antes de que la noche reine le arrancarán el lacito, se comerán sus sueños de almíbar y será otra muerta que vivirá en las esquinas.