Gris

Evito infectar de adjetivos su nombre para no caer en la degeneración de los rapsodas hiperglucémicos que mendigan aplausos en las puertas de las escombreras.
 
La conocí un día que olía a noche, en el mejor momento de las malas horas, pero todo acabó tan pronto que no llegó a empezar.

Nunca he sabido jugar con el color gris.
Tal vez esto parece la excusa del que no tiene polvo en los zapatos ni cicatrices en el reloj.

Un kiosco en Lisboa

    No hay nada mejor como una cerveza después de un viaje. Saborear la esencia de Lisboa en cada detalle al ritmo de jazz y de fado en un pequeño kiosco-bar regentado por un hombre entrado en años que, tal vez, debería estar jubilado. Parece increíble todo lo que almacena en tan poco espacio. Hay un cartel que dice que tiene la mejor sangría ya no de Lisboa, sino de toda Portugal. Siempre he admirado ese aire de valentía temeraria, que no de inconsciencia o soberbia, ese afán de no aparentar ser el mejor, sino de creerlo firmemente.
    El hombre, con su cigarrillo entre los dedos, charla con los parroquianos: chicos jóvenes, algunos con guitarras en sus fundas. A todos les ha puesto un platillo con cacahuetes o altramuces. A todos menos a mí, porque creo que ha detectado desde lejos que solo soy un viajero de paso con el que tampoco merece la pena deshacerse en detalles. En cualquier caso, el ambiente y el encanto de ese lugar me ha conquistado para siempre.

Circuito cerrado

En una pista de carreras la línea de meta coincide con la salida.
Ya sabes: “del polvo vienes...”

Han instalado un circuito cerrado de televisión en el horizonte para capturar la danza de las mariposas de papel.

Cuando la línea de meta coincide con la salida es viajar a ninguna parte.
Eso dicen los que no entienden que la esencia es el trayecto.

Mal presentimiento

    Cuando añadí su número de teléfono a la agenda de mi móvil, tuve la sensación agridulce de un presentimiento extraño. Sabía que no debía hacerlo, que me traería problemas, pero por otro lado, una atracción irremediable palpitaba en mis venas sedientas de emociones nuevas. 
    No sé cuántas veces, a lo largo de los meses siguientes, intercambiamos mensajes y llamadas. Luego siguieron los encuentros clandestinos en los lugares más infames y disparatados.
    Todo acabó cuando debería haber empezado, es decir, cuando mi mujer descubrió sus fotos en mi correo electrónico. Fue una torpeza imperdonable por mi parte.
    Ahora que mi divorcio es un hecho, ella también me ha dejado. Creo que no le interesa un tipo solitario como yo, con poco dinero y menos futuro.