Hubo un tiempo en el que a lo máximo que aspiraba era a rozar sus labios en una de las pruebas de “verdad, beso o atrevimiento”, juego favorito de nuestra adolescencia, recién estrenada, en los extensos atardeceres del verano en el barrio que me vio crecer. Entre un coro de risas nerviosas, confesiones a medias y susurros se sucedían aquellos instantes felices. Luego, cuando endurecimos los espolones, la vida nos separó y nunca más volvimos a compartir momentos así, ni de ningún otro tipo. Sencillamente, cada cual siguió su camino por la inercia propia del destino. Esto mismo se ha repetido muchas veces a lo largo de mi vida. No son pocas las personas que han quedado varadas en la playa de los días pretéritos y que, definitivamente, no forman parte del ahora, a pesar de que un eco, a veces lejano, venga a recordarme los nombres y los rostros. Tal vez, lo acertado sería hacer balance, cada primero de año, y preparar una lista con quienes hemos olvidado en algún rincón del calendario, po...