Penitencias

Salgo a pasear bien temprano. Estoy en mi lugar de vacaciones, muy cerca del mar. Es domingo por la mañana y acaba de salir el sol. Recorro una avenida céntrica y me cruzo con algunos grupos dispersos. En todas partes veo los mismos actos de penitencia. Decenas de mujeres jóvenes –algunas apenas rebasan el límite de las últimas horas de la adolescencia-, regresan a sus casas descalzas, con los zapatos en las manos, después de largas horas bailando en las salas de fiesta de moda.
Alguien me dijo una vez que es el precio que hay que pagar por querer embellecer los pies y ganar un puñado de centímetros de altura al llegar la noche. Uno se acuerda de Cenicienta perdiendo su zapatito de cristal a la salida del palacio y del príncipe persiguiéndola, completamente enamorado. Es bonito relatarlo así, es casi poético. Muy ñoña, sí, pero preferible a escuchar, como me ha tocado en alguna ocasión, algo similar a: Estos zapatos de los cojo*** me han jodi** bien jodi** los pies. Estoy hasta el...