Huidas


Cuando Sandra subió al autobús con dirección a Barcelona aún le quedaba la esperanza de ver por los grandes ventanales a Andrés. Lo imaginó a la carrera y con la cara desencajada, buscándola entre la aglomeración de pasajeros.
Entonces se hubiera apeado y hubiera ido a su encuentro. Le hubiera abrazado con fuerza y besado sus labios.
Pero Andrés no llegó. El autobús cerró sus puertas hidráulicas con un sonido espantoso y comenzó a maniobrar para salir del andén.
La tarde caía como una losa en la ciudad. El vehículo serpenteaba por las calles en dirección a la autovía. Pronto la carretera se inundaría con la monotonía uniforme de cientos de kilómetros. Sandra lloraba en silencio y miraba por última vez aquellos rincones impregnados de recuerdos.
En ese mismo instante, Andrés colgaba del cuello por una soga bien amarrada al gancho de una lámpara. Con Sandra se marchó el último átomo de cordura y solo le quedó huir para siempre.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en Letras Breves n.2 (ene-mar 2011)

Ilustración: Los suicidas de Dante. Tonalli Melo Salvador

1 comentario:

María Karmo dijo...

Qué historia más triste... pero me gusta!!!