El fantasma


El día que colgó los hábitos, por obligación que no por deseo, un fantasma terrible se hospedó en su mente y comenzó a beber su esencia. Perdió el apetito por todo aquello que siempre le había gustado. Cambió lo más sabroso por lo ligero e insípido, lo culto por lo banal, la sabiduría por la torpeza y la salud por la enfermedad.
Su carácter se agrió y su voz, pausada y dulce, se volvió seca. Las raras veces que iniciaba conversación, lo hacía con palabras envenenadas. Rechazó las manos y, con arrogancia, se refugió en las sombras desvaídas del pasado. Jamás pensó que necesitaba ayuda y cualquier muestra de cariño se le antojaba un gesto de misericordia inaceptable.
Huía de los rayos del sol, también de la luz de la luna en la noche. Odiaba las madrugadas y todo lo que oliera a nuevo. No soportaba el presente y esperaba los días venideros como el que, irremediablemente, aguarda la condena. Dormitaba durante horas, sumergido en un letargo en el que pretendía sedar el alma.
El fantasma, cruel y metódico, no tardó mucho en devorarlo. Pronto quedó arrugado, como una uva pasa de piel áspera. Su cuerpo se encorvó y su existencia se limitó a lo puramente biológico, sin más anhelo que la muerte.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
(publicado en Letras Breves n. 3 abril/junio 2011)

Ilustración: El abrazo fantasma. Julio César Rodríguez Aguilar

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