"Desde luego, si la niña fuera mía, no iba a la fiesta.”. ”Cómo se te
ha ocurrido comprarte el coche con la que está cayendo”. ”Mejor que
estudies Derecho porque de profesor de lengua no te veo y vas a estar en
el paro media vida”. ”Mira, te soy sincero, como amigo: no me gusta
nada la chica con la que estás saliendo”.... Y así recibimos cientos y
cientos de consejos, que muchas veces vienen de las personas menos
indicadas. Nos callamos los que tenemos más vergüenza, aunque en nuestro
interior un duende nos pincha y realmente nos gustaría contestar algo
así, según los casos: “Pues sí, la niña va a la fiesta. Lo primero
porque soy su padre, lo segundo porque me ha pedido permiso y lo tercero
porque tú no tienes ni puñetera idea de lo que es tener hijos”. “Sí, me
voy a comprar el coche con la que está cayendo porque tengo la pasta,
que para eso he ahorrado, porque yo con mi dinero hago lo que quiero y
porque tú no tienes ni carné, ni sabes de lo que hablo cuando digo que
mi coche, con veinte años, ya ha prestado su servicio y hay que
cambiar”. “Estudio Filogogía porque me da la gana, porque voy a estar
igual en el paro con una cosa que con otra y porque, al menos, no me
quedará la espina clavada que te ha quedado a ti, que no pasaste de la
EGB”. ”Si a ti no te gusta mi novia (que por otro lado tampoco te tiene
que gustar), a mi tampoco me gusta tu mujer porque es un poco corta de
entendederas, solo sabe fundir tarjetas de crédito cada vez que tiene
algún capricho y además se ha acostado con la mitad de tus amigos”. Sería
tan sencillo responder con la misma sinceridad que recibimos los
consejos. ¿Qué nos lleva entonces a guardar silencio ante estos
comentarios y en el peor de los casos, dar incluso la razón al consejero
con leves asentimientos de cabeza? No sé si hay respuesta, pero cada
uno es de una forma diferente y , como en la misma naturaleza, hay
extremos que se compensan. Yo solo espero que, con estas líneas, alguno
se dé por aludido y sepa lo que pienso del asunto. A todos nos gusta
recibir consejos, pero cuando los pedimos. Me aplicaré también la
receta, por si alguna vez he sido un consejero impertinente.
Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 20/agosto/2012
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