Pinceladas de Porto

  
El Duero se desangra en Porto recorrido por barcos que cargan en viejos toneles de madera el néctar de los dioses. Los edificios salpican las orillas con el olor de la vida que los empapa. Un poco más allá, el inmenso Atlántico aguarda para abrazar las aguas dulces con el amor de las madres de los marineros muertos en los temporales.
En Porto, las risas son las piezas de un rompecabezas que encajan con otras piezas grises, como ocurre en cualquier otra ciudad del mundo, pero aquí las calles son como niños que se empinan para distinguir el desfile de barcas de colores que recorren el Duero en su último suspiro.
En la parte alta, la Torre de los Dos Clérigos se alza con la arrogancia de un dios, sin saber que ha sido construida con el sudor y el oro de los hombres que un día soñaron con conquistar el cielo.
Más abajo, a las orillas del río, donde un enjambre de restaurantes se ofrece a los turistas, sobre un muro triste, hay apoyada una bicicleta comida por el salitre que parece que alguien rescató del fondo de las aguas. Una bicicleta que cuenta una historia de muchos años atrás, cuando Porto estaba menos transitada por los visitantes extranjeros. Quizás tengo que pararme a escuchar lo que me dicen cada una de sus piezas, pero el tiempo que me limita me susurra que es el momento de seguir mi camino.

  
Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 7/agosto/2012

1 comentario:

Alfonso Carabias dijo...

Genial cuñao, como siempre.

Un saludo.