Grietas en el tiempo

 
Me detengo a contemplar, por unos minutos, la belleza adolescente que desborda su imagen. Llena de ingenuidad, clava la mirada en amores platónicos. Sus labios entreabiertos pronostican besos futuros. El cabello, recogido en un moño, deja un mechón rebelde al azar sobre su frente. En las manos sostiene un sombrero de paja. Un pañuelo bordado con flores abraza su figura y el tejido de paño de la falda cubre sus piernas hasta por debajo de las rodillas. Viste medias tejidas con destreza y calza alpargatas artesanas. Su piel es blanca y no está curtida, como la de su abuela. Sus manos son suaves y su expresión ha desterrado la huella de luchas y sufrimientos pasados. La muchacha luce con orgullo, para la celebración, aquello que su abuela vestía día a día para la labor. Es fiesta en el pueblo. Todo está engalanado. El aire huele a dulces y aguardientes. La música del tamboril y la flauta mancilla el silencio y quiebra sombras de soledades. Ella ha nacido en una gran ciudad, aunque por sus venas corren aún los anhelos de sus padres. Tras los pasos de la añoranza, la familia se reúne de nuevo en el origen y por un periodo ínfimo comparten, con voz quebrada, viejas coplas, vinos recios y calderetas de sabores olvidados. La joven descansa un momento junto a sus amigas ocasionales. Sus formas de hablar delatan lugares distantes. En común no tienen más que su atuendo y sus antepasados. Todo lo demás es casual. Un fotógrafo aficionado dispara su cámara y capta el instante. Ve el resultado en la pantalla digital y un escalofrío recorre su cuerpo. Parece que se ha abierto una grieta en el tiempo, por la que el flujo lento y espeso del pasado se funde en un presente que en el fondo es completamente diferente.

Víctor M. Jiménez Andrada.-
Publicado en L.B. nº. 5
Fuente de la imagen:  http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/

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