El mundo de plastilina

  
El niño quedó maravillado cuando recibió el regalo. Era una cajita con barras de plastilina de colores. Tardó muy poco en irse a su mesa de trabajo y esparcirlas sobre el tapete que protegía la madera. El pequeño tomaba una barrita y la juntaba con otras. Sacaba la lengua y la movía de un lado a otro cuando hacía fuerza con sus manos. Amasaba lenta y firmemente los colores. El rojo se mezclaba con el azul, el amarillo se confundía con el verde, el blanco y el negro se entretejían. El conjunto era una masa multicolor que se transformó poco a poco en un solo color: el gris. Era imposible distinguir el rojo del verde, el negro del azul. Era inseparable el amarillo del naranja, el rosa del violeta. Todo era uno. Las diferencias se habían convertido en parte de una misma cosa. Cuando el chiquillo quedó satisfecho con su trabajo, tomó la masa gris y empezó a formar con ella una bola. La hizo lo más regular que supo, rodándola una y otra vez sobre el tapete de plástico. Al terminar, se levantó de su sillita y se acercó a mí. Yo había observado su juego en silencio, simulando leer un libro.
—Oye, mira lo que tengo —dijo llamando mi atención.
—¿Qué es eso? —pregunté con un gesto fingido de intriga.
—Es el mundo.
Su respuesta me fascinó y me llenó de ternura. Aquel día aprendí una gran lección.


Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 1/abril/2013

1 comentario:

didgewind dijo...

muy lindo, como siempre.

besos.