Ahora que paseo con las manos en los bolsillos por
el que fue tu barrio, el recuerdo me espera al abrigo
de un palio invisible.
Bajo la atenta mirada del nieto del cuervo de
entonces, los besos no nacidos me gritan los
tormentos de su condena y las fachadas ocultan, en
las hojas descosidas de un almanaque, el perfume
de las flores arrancadas una primavera errática.
Ya mi lengua ha perdido el tacto de la fruta que
brotaba de tu boca -si es que alguna vez aquello
sucedió-.
El adiós sabe a certeza cuando el primer sol de
septiembre anuncia el punto de partida de los
carruseles.
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