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Sabíamos que no era buena (al menos eso nos advirtió el rumor de la brisa que se esconde en los cuentos).

Hace unos días la vimos en una esquina, como una estatua de mármol.

Condensaba bajo su piel el vapor de un sueño y se adornaba el pecho con los trofeos de caza que había robado en la mansión de los mártires impostores.

Me arrastró su canto de sirena y asumí la derrota, pero mi cama sació la sed.

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