Historia de un helado de chocolate

Acaban de servirme para ti. Me han arrancado del frío lecho que me albergaba, me han modelado como una bola y me han elevado sobre un cono de galleta crujiente.
Aparezco ante tu vista sabroso y refrescante. Ahora estoy en tus manos a cambio de unas pocas monedas que llevabas en el fondo del bolsillo.
Me miras despacio, siento como tu boca se hace agua. Me deseas, solo tienes que probarme. Estoy tan cerca que noto tu aliento.
Tu lengua comienza a lamer mi superficie.
Poco a poco me voy deshaciendo en tu boca, me fundo en tu saliva y dejo que me tragues. Te deseo y quiero darte placer aunque para ello tenga que perder cada gota de mi esencia.
Me encanta sentir como deleitas tu paladar. Ahora me chupas con intensidad, pierdo mi forma de bola y vas adaptando mi anatomía a tus labios de fuego. Dejo escapar varias gotas que ruedan por el cuerpo de la galleta. Entonces juegas con ellas, lamiéndolas de abajo a arriba, evitando que se caigan al suelo y aprovechando, de esta manera, cada parte de mí.
Recorro tus rincones íntimos, me paseo entre tus dientes, me disuelvo en tu saliva y, por fin, me dejo arrastrar por la marea hacia el fondo de tu ser.
Ya no queda mucho de mí. El sol castiga y lo has hecho rápido, casi con glotonería; para eso me has comprado. Has destruido mi forma, pero no mi alma. Cada vez que alguien mencione un helado de chocolate, tu mente te hará recordar el momento de placer, efímero e intenso, que has vivido.



Fotografía: NoName_13 en Pixabay


Comentarios