El viejo poeta

Francisco despierta al nuevo sol viejos recuerdos. En el juego alborotado de los niños reconoce los matices perdidos de una infancia muerta. Su vida, ahora sencilla, se asienta en pilares de tristezas y años difíciles. No suele evocar los momentos felices y sí la pérdida de aquellos que quedaron en el camino.
Le gusta pasear por el parque y detenerse a contemplar el paso del tiempo. Mira sin disimulo a los ojos de la gente. Cree que así desnuda el alma de los otros. Cuando está en la soledad de su casa se rodea de cientos de libros y se pasa las horas escribiendo largos poemas. Sus versos son de amores crueles, de terribles primaveras y de besos prohibidos. Cualquiera que los leyera pensaría que son obra de un artista joven, pero Francisco pasa ya de los ochenta.
Una vez contó a sus hijos que guardaba cientos de cuadernos llenos de poesías. Esperó despertar cierto interés. Un silencio indiferente fue la única respuesta que recibió.
Martita, su nieta pequeña, es distinta. Tiene quince años y devora libros. Quiere ser escritora y lo hace bien. Lee con entusiasmo los cuadernos de su abuelo y le promete que algún día los publicará. Francisco entonces sonríe y deja ver unos trazos de felicidad dibujados en su rostro. En la chiquilla distingue el reflejo de sus viejas ilusiones.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en: Letras Breves (nº.1 oct-dic 2010)

1 comentario:

Puri dijo...

Precioso relato, Victor el mundo está lleno de viejos y jóvenes poetas. Tu lo has descito muy bien.
Puri.