Creía que su fe era inquebrantable. Un día escuchó un rumor en su interior. Fue algo muy leve, pero sus cimientos comenzaron a vibrar. Lo equivocó con la voz de Dios, aunque para entonces sabía que Dios no existía.
Víctor M. Jiménez AndradaPublicado en Avuelapluma 4/7/2011
Ilustración: Marcela García; Plegaria
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