Un edificio se construye sobre unos cimientos que jamás se mueven. Si eso llegara a ocurrir, estaríamos ante un temblor de tierra o un terremoto, lo que significaría que el edificio tendría muchas posibilidades de sufrir graves daños y, en el peor de los casos, que se viniera al suelo. No hace falta contar las devastadoras consecuencias de un terremoto de intensidad, porque en nuestra memoria conservamos imágenes muy recientes de este tipo de catástrofes naturales. Hace muchos años yo era de los que pensaba que la vida se asentaba sobre apoyos firmes e inamovibles y que sobre ellos tendría que construir mi “hogar”, es decir, mi existencia y el día a día. Pero el tiempo ha transcurrido y he aprendido que los pilares que creí firmes, se han movido bajo mis pies. Sin embargo, ni he sufrido daños de gravedad ni me he derrumbado. Esto me lleva a una conclusión: o los temblores de tierra que he padecido no han sido lo suficientemente fuertes o mi hogar no está sustentado sobre columnas, sino...