El ciego
En el paso subterráneo, entre los Jerónimos y el monumento a los
Descubridores, tiene su hogar y su trabajo un hombre ciego. Cuando llega
la mañana se levanta de su lecho de cartones y, con mucho cuidado, sale
al parque cercano. Se lava en la fuente lo mejor que puede y regresa
enseguida al túnel.
Canta dulces melodías con una voz sorprendentemente juvenil. Un buen puñado de antiguos fados nutre su repertorio. Clava los ojos vacíos a un cielo invisible para los que solo vemos una cúpula de ladrillos sucios y gastados.
La voz del viejo se extiende por todo el paso en un amable eco y navega a los buenos tiempos de la juventud perdida. De vez en cuando, el sonido metálico de una moneda que cae en la lata que tiene a sus pies le hace sonreír.
Una vez lo quisieron ingresar en una residencia de ancianos, pero se negó a hipotecar la libertad por una cama blanda y un plato de sopa caliente.
Canta dulces melodías con una voz sorprendentemente juvenil. Un buen puñado de antiguos fados nutre su repertorio. Clava los ojos vacíos a un cielo invisible para los que solo vemos una cúpula de ladrillos sucios y gastados.
La voz del viejo se extiende por todo el paso en un amable eco y navega a los buenos tiempos de la juventud perdida. De vez en cuando, el sonido metálico de una moneda que cae en la lata que tiene a sus pies le hace sonreír.
Una vez lo quisieron ingresar en una residencia de ancianos, pero se negó a hipotecar la libertad por una cama blanda y un plato de sopa caliente.
Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en LB n. 0
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Un saludo.