Canta dulces melodías con una voz sorprendentemente juvenil. Un buen puñado de antiguos fados nutre su repertorio. Clava los ojos vacíos a un cielo invisible para los que solo vemos una cúpula de ladrillos sucios y gastados.
La voz del viejo se extiende por todo el paso en un amable eco y navega a los buenos tiempos de la juventud perdida. De vez en cuando, el sonido metálico de una moneda que cae en la lata que tiene a sus pies le hace sonreír.
Una vez lo quisieron ingresar en una residencia de ancianos, pero se negó a hipotecar la libertad por una cama blanda y un plato de sopa caliente.
Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en LB n. 0
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1 comentario:
Muy bueno cuñao. Me ha recordado al anciano que todos veíamos por Cáceres con una bicicleta y del que se contaban mil leyendas.
Un saludo.
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