Me dijeron que un no creyente no tiene esperanza. Curiosamente, cuanto más me alejo de la quimera de un circo montado por unos pocos, más me acerco al ser humano, a la luz de mi verdad y también a la esperanza, que según la RAE, en su primera acepción, es el estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos (sin más intervención sobrenatural ni divina).
Desde la distancia veo la ambición, la corrupción, el poder, la hipocresía y la riqueza manando como ríos podridos en el seno de una iglesia que se ha apartado de lo que mandan las Escrituras, que debían ser, si no me equivoco, un libro de instrucciones para seguir al pie de la letra. Si existiera Jesucristo, cosa que cada vez veo menos probable, bajaría a echar a los mercaderes que han invadido el templo. Mientras tanto, y como han hecho durante siglos, unos cuantos siguen engordando como cerdos y otros lo consienten entre aplausos y golpes de pecho.
Víctor M. Jiménez Andrada.
Publicado en Cáceres en tu mano, 26/feb/2013
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