Amparado en la oscuridad de la noche, mi figura recorre las calles más sombrías. Busco almas semejantes para alimentar mi sed eterna, para aplacar, aunque sea por unas breves horas, la necesidad terrible que me atormenta. Oculto mi rostro para no ser reconocido. No siento vergüenza, pero mi condición debe guardarse de las miradas inquisitivas. Esta noche, como tantas otras, Magdalena va de mi mano. Ella también está hambrienta. Ella busca, igual que yo. Su sed, como la mía, es eterna. Somos criaturas de la misma especie, su instinto es de depredador. Llegamos a un punto acordado. Nuestro coto por esta noche. Hoy somos ocho en la Comunidad. Nos cazamos y nos devoramos unos a otros, sin piedad alguna. La batalla es feroz. Cada uno de nosotros posee por un momento el ansiado y efímero cáliz para derramar en los labios unas gotas del néctar que contiene. Antes que el alba rompa el horizonte, todo termina. Luego, como animales acorralados, ...