La norma es dejarlo todo como está. Evitar quebrar la mínima rama,
no espantar a los insectos y permitir que el agua siga su camino.
Formar parte del entorno sin mancillarlo, pasar desapercibido como el
grito de las rocas y confundirme con el musgo cuando tus ojos me
recorran en su peregrinar azaroso.
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