Es esta alegría la que amamanta al verso con su leche de nácar, la
que salpica los días venideros en la aridez de las agendas, la que
conservaré para siempre, cuando todo haya pasado, en un frasco con
ramas de canela. Son tus labios ungidos por la brisa húmeda los que
tanto me provocan.
Ya no me conoce nadie
“A casa, niños, a casa, que viene por la calle el hombre del saco.”
Y el hombre, con sus recuerdos a la espalda, se extraña de las ausencias.
No hay un solo rostro de las fotografías viejas, ni lápidas conmemorativas en las esquinas de los barrios que un día fueron arrabales.
Nada es igual para el extranjero que retorna.
Los cadáveres de los días arañan los cristales, como almas ahogadas en el Aqueronte, cuando lo ven deambular por la plaza.
Nada es igual ante sus pupilas.
Y el hombre, con sus recuerdos a la espalda, se extraña de las ausencias.
No hay un solo rostro de las fotografías viejas, ni lápidas conmemorativas en las esquinas de los barrios que un día fueron arrabales.
Nada es igual para el extranjero que retorna.
Los cadáveres de los días arañan los cristales, como almas ahogadas en el Aqueronte, cuando lo ven deambular por la plaza.
Nada es igual ante sus pupilas.
Ecosistema mínimo (XXIV)
La belleza viene a enhebrar la aguja con la que se cosen mis sueños.
Solo tu nombre escrito sobre la arena es suficiente para levantar la
tempestad que me envuelve. Abro los ojos. No es un retorno, porque en
realidad nunca me he marchado de aquí. Sobre una piedra oteas el
horizonte azul. Sonríes y sonrío. Aunque el regalo no va dirigido a
mí, me lo apropio. Nada me da más placer que robarte gestos sin que
tú lo sepas.
Gretel
“Todavía nuestros brazos están tendidos.”
Vicente Aleixandre
Vicente Aleixandre
Arrojamos cubos de días
en la mitad del calendario
para alejar
en la mitad del calendario
para alejar
ayer de hoy.
No por ti, ni por mí,
sino por la inercia del reloj.
Pasas cerca y no ves que te observo
tras la ventana de mi casa
de chocolate.
sino por la inercia del reloj.
Pasas cerca y no ves que te observo
tras la ventana de mi casa
de chocolate.
¿No te gusta lamer ya estos muros?
No he vuelto a meter
a nadie en la jaula
desde que te marchaste
o te dejé escapar.
Ecosistema mínimo (XXIII)
Los guijarros tocan mis pies descalzos, no para herirme sino para
acariciarme con la esencia de una historia que siempre se repite. Te
contemplo una vez más, para hacerte perenne cuando el otoño me bese
en la frente con sus primeras lluvias. Te contemplo una vez más para
hacerte poema algún día.
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