Con una tijera recorto trozos de corazones disecados, los envuelvo en papel brillante y los pego sobre un plástico transparente. En el ombligo de la madrugada, un rayo de luz transforma la necrópolis en una constelación. Y yo, que conozco cómo se sujetan las estrellas, saludo a los asombrados espectadores desde el centro de un escenario de cartulina.