Un kiosco en Lisboa

    No hay nada mejor como una cerveza después de un viaje. Saborear la esencia de Lisboa en cada detalle al ritmo de jazz y de fado en un pequeño kiosco-bar regentado por un hombre entrado en años que, tal vez, debería estar jubilado. Parece increíble todo lo que almacena en tan poco espacio. Hay un cartel que dice que tiene la mejor sangría ya no de Lisboa, sino de toda Portugal. Siempre he admirado ese aire de valentía temeraria, que no de inconsciencia o soberbia, ese afán de no aparentar ser el mejor, sino de creerlo firmemente.
    El hombre, con su cigarrillo entre los dedos, charla con los parroquianos: chicos jóvenes, algunos con guitarras en sus fundas. A todos les ha puesto un platillo con cacahuetes o altramuces. A todos menos a mí, porque creo que ha detectado desde lejos que solo soy un viajero de paso con el que tampoco merece la pena deshacerse en detalles. En cualquier caso, el ambiente y el encanto de ese lugar me ha conquistado para siempre.

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