Tarde de fiesta

    Cuando el toro sacó el cuerno de su abdomen con la misma violencia que lo había introducido, supo que apenas le quedaban unos segundos de vida. Aún pudo ver cómo varios hombres corrían hacia él para auxiliarlo, mientras el animal acudía a la llamada de unos mozos al extremo opuesto de la plaza improvisada con unos carromatos de madera. Los gritos del público fueron las trompetas de su Apocalipsis particular.
    Quiso decir algo desde el suelo, antes de que lo recogieran, pero un vómito de sangre ahogó lo que hubieran sido sus últimas palabras. Después cayó en la espiral profunda que conduce al abismo de la nada.
    Media hora antes había dejado a Mariola en su casa, tras el baile de la tarde. Ella había aceptado la petición de matrimonio y habían fijado fechas posibles para el acontecimiento. Luego se marchó con los amigos a celebrarlo a la plaza.
    Al día siguiente la dicha se tornó en luto tanto en su hogar como en casa de su novia. Todos lloraron, menos el padre de Mariola, que se encerró en la bodega y dio buena cuenta de la mejor botella, guardada para una ocasión especial. Él siempre quiso algo mejor para su niña.

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