Unicornios en el valle

Arrepentirse no vale de nada
cuando la encrucijada
se ha dejado atrás.

Nos queda seguir adelante,
aunque sea sin la promesa
de encontrar unicornios
pastando en el valle.

¿Sabríamos reconocerlos?
Cuentan los viejos
que no es tan sencillo
como parece.

Las dudosas virtudes de soñar

Una diosa de belleza sublime los bendecía bajo un cielo despejado de incertidumbres. Ellos, en el centro de un huerto preñado de aromas, mordían la carne inagotable de las frutas más deliciosas, mientras sonaba una música que no podía haber compuesto ningún ser humano: solo los ángeles sabían interpretar aquella partitura escrita en el fondo de un lago transparente.

Les gustaba soñar con una vida mejor. No corrían buenos tiempos y con eso aliviaban un poco el peso de una existencia miserable que los había arrastrado por los caminos de la infamia. Pero para soñar debían tener los párpados cerrados y nunca llegaron a conocer las maravillas que alguna vez acontecían frente a sus ojos inútiles: el brillo fugaz de la realidad palpable o la esperanza que asomaba detrás de las tapias ocres del dolor.

Cuando un día decidieron despertar, tal vez alentados por el canto fugaz de un pájaro, solo consiguieron ver cómo se perdía en el horizonte el contorno del último tren. Entonces no les quedó otro consuelo que cerrar los ojos para volver a soñar.

La magia de la geometría

Caminamos, volvemos al principio
tras recorrer el laberinto:
ecosistema cíclico
que nos sostiene.
 
«Polvo eres...»,
predica el libro sagrado
del Génesis.

Sin embargo, no hay retorno
al minuto que muere
   {nos movemos en un binomio
   espacio/tiempo irrepetible}.

Caminamos tal vez en círculo
o a ningún lugar
o al principio↔fin.
Poco importa, después de todo.

Práctica de anatomía

—¿Qué cara quieres que tenga? ¿No ves que estoy muerta? —dijo la vieja.
 
Eran sus primeras prácticas de la asignatura de Anatomía y lo pasaba mal. Creía oír las voces de los cadáveres. Le hubiera gustado comentarlo con alguno de sus compañeros, pero no se atrevió por miedo a que se rieran de él. Dos meses después, cuando ya había superado aquellos malos tragos, una bala perdida en un tiroteo entre unos delincuentes terminó con su vida.
 
***
 
—Claro que soy joven, estudiaba primero de Medicina cuando la palmé y ahora no veas lo que me aburro sumergido todo el día en este tanque de formol. Al menos, durante unas horas venís a visitarme...
 
La muchacha pensó que estaba loca. Cada vez que iba a la sala de cadáveres para las prácticas, aquel chico parecía comunicarse con ella de alguna manera.
 
—Eso nos pasa a todos al principio —le dijo el profesor cuando le expuso su problema—. Luego nos acostumbramos y solo atendemos a las voces de los vivos.