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Mostrando entradas de febrero, 2022

Trastos rotos

En el fregadero de piedra rebosan los cacharros sucios: platos, vasos, sartenes y cubiertos se mezclan sin orden en los dos senos, entre restos de alimentos mohosos. Un viejo estropajo en un rincón parece aguardar con pesar la que se le viene encima. Del grifo cae una gota que choca contra una cacerola metálica y provoca un martilleo que llega a ser insoportable. Entonces me pides una explicación. Me levanto con tranquilidad, agarro un mazo muy pesado y avanzo por la cocina, decidido. Golpeo con furia. Los trozos de loza saltan entre las cacerolas abolladas. Tarareo una antigua tonada para acompañar el estruendo. Intentas detenerme, pero evito tus brazos sin brusquedades. Sigo a lo mío hasta que el entorno queda irreconocible. Luego vierto un bidón de gasolina sobre las ruinas. Arrojo una cerilla, salimos de la casa y esperamos a que las llamas asomen por las ventanas. Cuando llegan los bomberos el fuego ha hecho su trabajo. Estamos cansados y empapados en sudor, pero la felicidad nos...

Fotoema. Maternidad

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La paradoja de los cementerios

Los cementerios clavan sus entrañas en las afueras de los pueblos. Exilio inevitable de los muertos que peregrinan para huir de los que viven, de los que pueden hacer daño con dedos afilados por la piedra del odio. Un muro los separa o un simple mosaico de lápidas cuando el pueblo, en su afán de crecer, indiferente los abraza    {así lo he visto    en ciertas parroquias gallegas}. Son templos de silencio y refugios de anhelos en las noches sin luna a la ribera del camino.

El suplicio

La mujer se detiene. Sus manos continúan sobre la palanca que acciona el mecanismo. Me observa un instante. Lo peor de todo es su gesto: no transmite odio ni dolor, tiene una expresión casi amable, se diría que de ternura. Si al menos hubiera conseguido que me aborreciera podría explicar lo que de otra forma no tiene sentido.   Se gira y da unos pasos. Su belleza entre la penumbra me conmueve. Toma una botella llena de agua y bebe con tragos largos. Se vuelve y derrama sobre mi rostro un poco del líquido que ha sobrado. Esa chispa de misericordia me confunde aún más. Después arroja la botella contra el suelo y el sonido de los cristales rotos retumba en los muros. Regresa a su posición y agarra la palanca con firmeza. Me dedica una leve mirada, intuyo en su boca un amago de sonrisa. Pone en marcha la máquina. Las cadenas se tensan y mis extremidades se estiran con violencia. Siento que voy a partirme. Mis gritos se ahogan por los rincones de este lugar siniestro. Puedo oír el cruj...

Fotoema. Guetos

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