Pavesas

«Tengo tantas dudas... pero lo deseo con toda mi alma», el muchacho meditaba en voz alta dentro de su habitación. Estaba desnudo y sus manos nerviosas jugueteaban con las filigranas de la reja de hierro que protegía la ventana. El sol de última hora de la tarde bañaba su piel y ofrecía un dibujo extraordinario de claroscuros, como si fuera un capricho del más diestro de los grabadores.

Se estremeció cuando sintió un aliento cálido sobre su cuello, pero movió la cabeza al lado contrario para recibir sin trabas unos labios ávidos de su carne. Se giró y con los ojos cerrados abrazó a aquel ángel al que siempre se había empeñado en rechazar.

Luego la luna los bendijo con su luz balsámica durante la madrugada, hasta que se quedaron dormidos de puro agotamiento.

Con la primera claridad del alba, un fuerte golpe les despertó. Alguien había abierto la puerta con violencia. Frente a ellos, una mirada infectada de odio recorrió los rincones del lecho compartido. El reino de la sangre y de las cadenas brotó entre las grietas y la sentencia se cumplió antes de que el gallo cantara por última vez.

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