El general llega a su casa después del desfile de la victoria. Se quita la gorra, las medallas, las botas, los correajes y el uniforme. Lo deja todo ordenado, como hace siempre. Diluye el gesto marcial que tiene dibujado en su rostro mientras se introduce en la bañera llena con agua caliente y espuma. Un rato después sale temblando, como un animalillo desvalido y muerto de miedo. Su mujer lo cubre con una toalla mullida, lo abraza y le canta una vieja canción infantil.
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