El valle de las cerezas
Al norte existía un valle que, con los primeros llantos de la primavera, se pintaba del blanco inmaculado de las flores de los cerezos. Sara huyó de allí mucho antes de que el invierno exhalara su último suspiro y no regresó jamás. Entonces yo no era más que un chiquillo de apenas trece años. Recuerdo el rostro de Sara pegado a la ventanilla del autobús. Sus labios esbozaron la sonrisa de siempre, pero sus ojos se nublaron con una tempestad de lágrimas. Los dedos, contra el vidrio frío, se aferraban al instante que se evaporaba sin remedio. El vehículo puso rumbo a un lugar entonces tan lejano que parecía no existir más que en los libros de texto. Me quedé varias horas clavado en mitad de la plaza desierta, temblando de frío y con la pena atada a mi garganta.
Durante diez años leí libros de poesía y un buen día me fui a buscarla. No tuve dificultad en dar con ella. Acudí a una inmensa librería de la capital donde firmaba ejemplares de su última novela a decenas de lectores. Cuando estuvimos frente a frente, me identifiqué. Salí de allí con su libro, una dedicatoria estándar y el verdadero sabor de la vida en la boca.
Microrrelato del libro: Breve catálogo de esencias y venenos (puedes descargarlo completo y gratis aquí)
Fotografía de Shutterbug75 en Pixabay
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