Susurros

Por los laberintos que preceden al alba
las palabras se afilan y penetran como estiletes
en la carne ablandada por el alcohol y las horas.
Buscan detrás de la fachada,
con la violencia de un yonqui en pleno mono,
hasta que hallan escondido,
en el fondo de una caja,
un secreto que tirita de miedo ante una hebra de luz.
Una vez arrancados los visillos,
las promesas se licuan y vierten por los sumideros
sin que el cobijo de unos besos
calme el corazón arrepentido.

  

Víctor M. Jiménez Andrada
del poemario VERSOS DEL INSOMNIO
www.versosdelinsomnio.es

El lugar que habito



El lugar que habito es variable en función de las necesidades de cada momento. Parece algo mágico y en parte lo es. No es conveniente que el lugar que uno habita sea tan rígido que no permita ciertas alteraciones. Si el entorno fuera inflexible, la vida sería insoportable. Cada cual debe configurar su hogar de la manera que crea conveniente, y lo cierto es que no hay dos iguales, aunque compartan espacio físico.

A veces me gusta habitar en una torre alta desde la que puedo asomarme para ver a mis semejantes. Una torre que tiene los cimientos bien clavados en las entrañas de la tierra, con el fin de no perder la perspectiva. Otros eligen una nube que vuela libre, sin ataduras al suelo; no es lo mío.

En otras ocasiones habito en una cueva. Un lugar sombrío, oculto de las miradas, con una sola entrada camuflada entre el follaje que, sin embargo, me permite tener una buena perspectiva del exterior. Mi cueva es húmeda y algo fría si no hago en el centro un buen fuego, aunque tengo lo suficiente para resistir allí durante muchos días.

También me gusta visitar mi isla. Es un espacio cálido, apartado del mundo en mitad de un mar tranquilo. Voy menos de lo que me gustaría porque el viaje hasta allí es largo. Hay algunas personas a las que no les gusta nada la idea de la isla y escogen vivir en un oasis en mitad del desierto. No deja de ser otra forma de buscar un retiro. Respeto todas las opiniones, pero prefiero la brisa marina al aire árido de las dunas.

Tengo algunos amigos a los que les encanta perderse en una jungla. Solo pensarlo me da miedo. Creo que no sería capaz de moverme en un sitio indefinido rodeado de incertidumbre, soy de espacios diáfanos para prevenir con antelación suficiente las amenazas.

Estos que he mencionado tan solo son un puñado de los infinitos lugares que hay dentro de nosotros mismos para ser habitados. Cada uno tiene que descubrir los suyos y residir en ellos según el estado de ánimo y el instante.
 

Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 4/feb/2013
Fuente de la imagen: http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/

25 de abril: presentación de "Versos del insomnio" y de "Comidas para llevar"

El jueves 25 de abril de 2013, a las 20:00 h., en la Biblioteca Pública Municipal de Malpartida de Cáceres y dentro de las actividades programadas de La Semana del Libro 2013, presento mi libro de cuentos "Comidas para llevar" y mi poemario "Versos del insomnio". Os espero

 

Presentación de LA CONSERVA

Evento: Presentación del número 2 de la revista literaria LA CONSERVA. Editada por Letras Cascabeleras A.C.
Lugar: María Mandiles (C/Sergio Sánchez, 7 - Cáceres)
Fecha: sábado 20 de abril de 2013, 19:30 h.
  



La educación

  

El semáforo del paso de peatones está en rojo. Un chico y una chica, de no más de dieciocho o diecinueve años, caminan agarrados de la mano. Él lleva unas gafas de sol —aunque la tarde está rozando su final—, el flequillo de punta, una cazadora blanca con el cuello levantado, unos pantalones vaqueros caídos y unas zapatillas de deporte, seguramente de precio prohibitivo para una familia de clase media. Ella es muy bonita, su cara irradia una dulzura infantil que salpica las miradas clandestinas. Sus labios, gruesos y ligeramente pintados, prometen las cerezas de besos nuevos. Tiene los ojos grandes y marrones, como almendras. Su cabello, negro y muy liso, le llega a los hombros. Viste una cazadora de piel negra que estiliza su figura y una faldita corta. Tiene las piernas muy largas, cubiertas por unas medias negras, y calza unas botas con unos tacones de vértigo. En la mano libre lleva un cigarrillo a medio consumir. Avanzan ensimismados en su amor y no perciben el color del semáforo, ni se percatan de que el resto de peatones están detenidos. Una señora está a punto de llamarles la atención, pero para entonces se han metido en el asfalto.
El conductor frena y toca el claxon, no por molestar, sino para que los jóvenes se den cuenta de la imprudencia y tengan más cuidado. Es un señor que conduce un viejo coche y que anda más cerca de los sesenta que de los cincuenta. Con expresión de bonachón en su cara, menea la cabeza de lado a lado y sonríe, como suave reprimenda. Los jóvenes se quedan parados en la mitad de la carretera, cortando el tráfico. El chico lo mira desafiante y le muestra los dientes a la vez que le dedica un corte de mangas con gesto de chulería torera. Ella se dirige también al pobre hombre, que mira a través del parabrisas con estupor, como si fuera testigo de una escena irreal. La muchacha se lleva la mano a la entrepierna, sin importarle que su falda se eleve varios centímetros, se aprieta bien fuerte y le regala una frase acuñada finamente en las fraguas selectas de los burdeles más infames: “Me vas a comer el chocho, puto viejo”. Luego cruzan tranquilamente, como si nada hubiera pasado. El conductor arranca lo más rápido que puede, no sea que al chico, en una sobredosis de testosterona, le dé por sacar una navaja y apuñalarle allí mismo.

  
Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano, 13/feb/2013
Fuente de la imagen: http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/

Antivirus

El otro día, a mi antivirus se le hinchó la vena del cuello y empezó a ver enemigos donde no los había. Entonces resolvió ocupar con sus tropas todos los recursos, incluyendo aquellos con los que estaba trabajando. Las aplicaciones se ralentizaron hasta la desesperación. No sé porque me vino a la cabeza la imagen del viejo hidalgo de Cervantes propinando, en un ataque de locura, cuchilladas a los inocentes pellejos de vino de la posada.

Los minutos fueron pasando y como no mejoraban las cosas, no me quedó más remedio que adoptar una solución drástica: apagar el ordenador de golpe. Fue como lanzar una bomba atómica sobre la máquina que terminó con la vida de los procesos que estaban en memoria (los buenos y los menos buenos, amigos y enemigos), perdiendo parte del trabajo no salvado como efecto colateral, por supuesto.

Al reiniciar el equipo, funcionó a la perfección, como si no hubiera pasado nada. Se instaló una paz similar a la que queda después de la tempestad. Y así hasta hoy.

Sin embargo, estaré atento, porque cuando menos me lo espere, o bien el antivirus o algunos de los virus a los que este quiere combatir, intentarán colarse en mis archivos con un cuchillo entre los dientes y no demasiadas buenas intenciones.
 

    Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu Mano, 18/feb/2013
Fuente de la imagen: http://recursostic.educacion.es/bancoimagenes/web/