Deja que te cuente

Al principio de su relación le pareció divertido. Cada vez que compartían un café o unas copas, su amigo llenaba las horas de anécdotas familiares salpicadas, en apariencia, de gracia y humor. Al cabo del tiempo, aquellas conversaciones comenzaron a parecerle banales: las insulsas retahílas de vidas anodinas desfilaban en su mente. Su amigo desgranaba con todo lujo de detalles una tarde de sábado con su señora en las rebajas de un gran centro comercial, el último examen de matemáticas de su hijo, al que había suspendido el profesor que le tenía manía, o la visita al veterinario del canario de su hija, que se negaba a cantar a pesar de que habían empleado todos los remedios que vieron en internet. 
Aguantaba con resignación aquellas historias sin importancia de vidas sin importancia. «Después de todo es mi amigo», se decía cuando regresaba a casa tratando de convencerse de que aquello era lo normal. 
Pero como todo tiene un límite, lo que no pudo soportar fue el relato de la operación de fístula anal sufrida por la suegra, que su amigo se empeñó en ilustrar con unas fotografías del móvil que había tomado mientras curaban a la pobre señora. 
El camarero se quedó boquiabierto al ver cómo le vertía a su acompañante el café por encima a la vez que le gritaba un «hasta aquí hemos llegado», a modo de despedida, que retumbó en todo el local.

Microrrelato del libro Tornillería surtida (descargar obra completa).

Imagen de StockSnap en Pixabay

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