Pompas de jabón
Cada tarde, cuando caía un poco el sol y el aire era más respirable, caminaba hasta la calle peatonal cargado con las herramientas necesarias para ejercer su oficio. En cuanto se ponía manos a la obra, pompas de jabón de gran tamaño hacían las delicias de los más pequeños, que se arremolinaban en torno suyo o perseguían el vuelo efímero de las frágiles formas. Mientras tanto, los adultos echaban algunas monedas a modo de agradecimiento, recordando, tal vez, los años en los que se quedaban ensimismados mientras con la mirada rozaban la ilusión de unos sueños que luego se quebraron en los acantilados del primer amor.
Recogía cuando entraba la noche, y se marchaban a sus hogares los últimos paseantes. En ese momento, se iba sin prisa, regalándole un guiño a la luna de julio que reinaba en el cielo, por encima de las tristes farolas.
El verano siguió su curso, y una tarde de primeros de septiembre no acudió a su cita diaria. No volvieron a verle por allí. Algunos contaron que fabricó una burbuja gigante, que se metió en su interior y que se marchó volando para siempre a otros lugares en los que seguir sembrando sueños, pero todo eso son conjeturas de poeta.
Microrrelato del libro Tornillería surtida (descargar obra completa).

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