Día de Mercado


Caminaba sin rumbo entre la maraña de tenderetes y gentes. El calor de cuerpos apiñados se extendía desde el suelo húmedo. Los olores del mercado se mezclaban y creaban una atmósfera densa y nauseabunda.
En un rincón un poco apartado vio un puesto que le llamó la atención. Pasó a su interior tras sortear un innumerable amasijo de cachivaches colgados del techo de lona. Un comerciante viejo, con cara de sinvergüenza, le saludó mientras frotaba las manos con avaricia. Sobre el mostrador se amontonaban objetos fascinantes. Sus manos tímidas tocaban las miniaturas bajo la mirada vigilante del mercader.
Se enamoró de un pequeño elefante tallado en madera negra, pero cuando supo el precio se derrumbó su ánimo. Su escaso capital apenas cubría la cuarta parte del montante. Intentó regatear, pero el hombre no cedió ni un céntimo en sus pretensiones. Salió de allí con el odio latiendo en las sienes. Volvió la vista atrás y observó al comerciante atareado en colocar la mercancía sobre el pequeño mostrador. Tomó una piedra grande del suelo y por el hueco que se abría, la lanzó con furia. Impactó de lleno en la cabeza del hombre. El pánico se apoderó de él cuando el viejo saltó en pedazos con un horrible estruendo de cristales rotos.
Huyó de allí a toda prisa. Tropezó con los obstáculos que frenaban su carrera. La gente increpaba su conducta y alguno le soltó un manotazo.
Alcanzó una zona tranquila a la vuelta de una esquina solitaria. Se recostó en la pared sucia. El corazón amenazaba con salir por la boca. La imagen del comerciante haciéndose añicos le horrorizaba. Su alma infantil creía en la magia. No sabía que, en realidad, su certera piedra había impactado en un espejo.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
(publicado en Letras Breves n. 0 -verano 2010)

Ilustración: Mercado en la Plaza Mayor
Francisco López de Pablo Fernández

Hay que cumplir


Vivió muchos años. Fue a los funerales de todos sus amigos.
—Hay que cumplir con la gente —se decía con solemnidad cada vez que se anudaba la corbata negra.
Cuando murió, ninguno de sus amigos asistió a su entierro. No se enfadó. De hecho, no se enteró de nada.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en: Avuelapluma (29/11/2010)

Ilustración: El último trabajo. Rocío Díaz Limón

El viejo poeta

Francisco despierta al nuevo sol viejos recuerdos. En el juego alborotado de los niños reconoce los matices perdidos de una infancia muerta. Su vida, ahora sencilla, se asienta en pilares de tristezas y años difíciles. No suele evocar los momentos felices y sí la pérdida de aquellos que quedaron en el camino.
Le gusta pasear por el parque y detenerse a contemplar el paso del tiempo. Mira sin disimulo a los ojos de la gente. Cree que así desnuda el alma de los otros. Cuando está en la soledad de su casa se rodea de cientos de libros y se pasa las horas escribiendo largos poemas. Sus versos son de amores crueles, de terribles primaveras y de besos prohibidos. Cualquiera que los leyera pensaría que son obra de un artista joven, pero Francisco pasa ya de los ochenta.
Una vez contó a sus hijos que guardaba cientos de cuadernos llenos de poesías. Esperó despertar cierto interés. Un silencio indiferente fue la única respuesta que recibió.
Martita, su nieta pequeña, es distinta. Tiene quince años y devora libros. Quiere ser escritora y lo hace bien. Lee con entusiasmo los cuadernos de su abuelo y le promete que algún día los publicará. Francisco entonces sonríe y deja ver unos trazos de felicidad dibujados en su rostro. En la chiquilla distingue el reflejo de sus viejas ilusiones.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en: Letras Breves (nº.1 oct-dic 2010)

Haití


En estos tiempos estamos muy preocupados por la crisis económica. El problema del paro es un laberinto de difícil solución, tendremos que trabajar más años para poder sostener el sistema de pensiones y escuchamos, en todos los medios de comunicación, términos como primas de riesgo, emisión de deuda, rescate a países, variación de los mercados financieros, caídas de la bolsa... Es una reacción normal, en este caso, temer por nuestro futuro y nuestro bienestar. Pero hay crisis más dramáticas y terribles en otras partes del mundo. Hace un año que ocurrió la tragedia de Haití y poco ha cambiado el paisaje para miles de seres humanos que lo perdieron todo en los escasos segundos que duró un terremoto que se llevó por delante 230.000 almas. Más de 800.000 personas malviven en la calle en campamentos improvisados, el cólera se extiende por los rincones del infortunio y siega vidas a su paso, solo se han retirado un 5% de los escombros, el decorado es una ruina permanente donde la violencia reina entre la desesperación. A todo esto hay que unir la casi inexistencia de un gobierno incapaz de gestionar y tomar decisiones. Es cierto que la comunidad internacional se volcó en un principio, pero se prometieron muchas ayudas que no han llegado y que, tal vez, no lleguen jamás. Haití era ya uno de los países más pobres antes de que el terremoto lo hiciera protagonista en todas las portadas y creo que poco va a cambiar la situación. Desgraciadamente siempre sucede lo mismo, mientras aquí vemos, con cierta angustia, como cae un chaparrón, en otros lugares llueve sobre mojado y se ahogan en la miseria.

Víctor Manuel Jiménez Andrada

Para toda la vida

—Buenas noches, amor ¿me das un beso?
Nunca contestaba pero aceptaba sus caricias y con eso él era feliz. Hasta que un día dejó de soportarla. Le provocaba intensos dolores. Con el corazón lleno de tristeza se deshizo de ella.
Luego compró otra almohada, esta vez de látex, alguien le dijo que son para toda la vida.


Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en: Avuelapluma (29/11/2010)

Ilustración: Amante despertar. Aida Emart

No tengo la culpa de su desgracia

No tengo la culpa de su desgracia. Si está tirado en la calle será por algo. Es alcohólico, drogadicto, está perdido. Lo tenían que quitar de ahí y llevárselo a algún sitio. Todo el día tumbado en el banco del parque, sin dar ni golpe. ¡Qué mala imagen!
Supongo que mis palabras habrán provocado escalofríos. Es precisamente lo que pretendo. Lamentablemente sólo reflejo opiniones que todos conocemos. Pero detrás de cada sin techo hay una vida y una historia que nos negamos a entender. Vemos la fachada de la miseria y pocas veces pensamos en los sentimientos y en el verdadero dolor. Son muchas las circunstancias que pueden llevar a una persona a la calle. Son pocas las esperanzas y las oportunidades. El desarraigo, la soledad y la pobreza tienen el rostro feo y desagradable para nuestros ojos delicados. Escribo estas líneas en el calor de mi casa. Hoy hace frío y ellos lo estarán pasando mal. Quizás no puedo hacer demasiado para ayudarles, o tal vez sí. Espero al menos que el eco de mi voz remueva alguna conciencia, aunque sea la mía.


Víctor Manuel Jiménez Andrada

Publicado en: digitalextremadura.com (29/11/2010)

Ilustración. Anciano pidiendo limosna. José Antonio Mora

La creación


Los ángeles vivían en paz y armonía. De su historia habían desterrado las guerras y disfrutaban de una sociedad próspera y feliz. Tenían una ciencia muy avanzada. Eran grandes amantes de la vida y recuperaban especies extinguidas.
Un día apareció, entre los hielos eternos del polo, el cadáver de una extraña criatura en buen estado de conservación. Lo llamaron humano. Tras meses de estudio decidieron su clonación. Crearon varios individuos machos y hembras. Al poco tiempo, llegaron a reproducirse de tal forma que se extendieron por todo el mundo.
Pero los humanos eran violentos y voraces y pronto comenzaron a matar a los ángeles. En no muchos años los exterminaron y se quedaron como dueños de la Tierra.
El ser humano vivió salvaje y tuvo, durante siglos, que sufrir su propia evolución. Destruyeron todo cuanto les rodeaba y provocaron guerras terribles donde se mataban entre ellos por un puñado de tierra despreciable.
Hoy, hay algunas personas que sueñan con seres superiores que los guían y protegen. Los llaman ángeles.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en: Letras Breves (nº.1 oct-dic 2010)

Ilustración: Versión del abrazo Amor y psique en baja mayor. Dola Alis Mera V.