El tiovivo

“¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!”
Arthur Rimbaud

Al tiovivo del cementerio de atracciones le chirrían las tripas en cada vuelta. El constipado permanente que padecen los engranajes ya no se alivia con unas gotas de grasa.

Los caballitos mutilados relinchan y espantan a los cuervos, mientras los filamentos fundidos de las bombillas se sueñan incandescentes.

Los colores devorados por el calendario todavía resucitan con la mirada infantil de los ancianos y el empeño infatigable de los niños.

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Tienes disponible la plaquette O(h)dios en formato electrónico y con descarga gratuita. Se trata de una publicación con varios textos y dos collages sobre un sentimiento tan ancestral como el odio. Es una visión muy personal que no tiene otra intención que abrir una puerta a la reflexión sobre el tema.

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Tango

“...las nieves del tiempo platearon mi sien”
Alfredo Le Pera


No se viaja a los arrabales
de los balbuceos primeros
si no es con un pasaporte
de piantado en el bolsillo.

Y aunque todos miran las huellas
de los caminos,
nadie acepta el deseo
de regresar.

93- Cosas que llevo en el bolsillo

Qué sencillo soltar palabras
y qué difícil coger la llave
de la realidad
cuando la sobredosis de miel
atrapa a las moscas incautas.

 

Las canicas

Las canicas rodando por el suelo rompen el silencio de la hora de la siesta y los nervios del vecino de abajo.

Es algo que ocurre, como un accidente inevitable, en el cogollo de las tardes de verano.

No hay mano que abarque tantas esferitas de cristal, ni pecho que resista la inocencia.

Desconocimiento

Yo no sabía
que un molinillo de papel,
si está bien afilado, es mortal
para un corazón
tallado en piedra;
y tampoco sabía
que grapando las lágrimas
                       aflora un océano.

Agua pasada

“¿Qué hay de nuevo, viejo?”
Bugs Bunny


Si el pretérito se torna pluscuamperfecto llega la hora de cerrar la caja, romper los diarios y tirar al pozo los libros contables que adornaron los pasillos en los días de Adviento.

La última estación del largo itinerario es conformarse con mirar la fotografía en sepia de unos niños -hoy hombres- sobre la pared de una casa alquilada en las afueras.

Nada nuevo hay en lo viejo.

Clase de música

Grita como un animal agonizante.

Las manos infantiles rodean un cuerpo de madera ahogado en babas.

Oír el quejido para no entender la razón de su nombre.

Es una primera contradicción, como el primer trago de alcohol o el primer cigarrillo.

Más tarde quedará aprender que nada es lo que parece.

Vicios en los que uno cae

Me fumé tus besos en dos caladas y entonces me enganché a ese humo del que no puedo prescindir.
  
Antes de aquello, cuando jugábamos cada tarde de verano a verdad, beso o atrevimiento, siempre me veía obligado a confesar, con las mejillas encendidas, amores no correspondidos. Muy pocas veces me tocaba atrevimiento porque los atrevidos eran otros. De los besos que no di mejor ni hablamos. Eran malos tiempos para mis labios, que se consolaban con una almohada empapada en lágrimas y en el sudor frío de las pesadillas.

Eso fue antes de fumarme tus besos en dos caladas.
 
Ahora, enredado en el humo perenne, vuelvo a la soledad de mi cama -aunque alguien diferente duerma a mi lado cada noche- y a una almohada,réplica de aquella, en la que verter la nostalgia a la que me condenaste con tu último NO.

Hábitar artificial

El mono del zoo se pudre cuando lo bañan las risas de los niños, el canto de los pájaros silvestres y la burla del espejo.

Observa, con tristeza, las copas de los árboles que crecen más allá de los barrotes, como promesas de una Ítaca inalcanzable.

Los cacahuetes no son consuelo para el habitante de un espacio infame que aspira a jungla y solo es parodia.

Cuando la balanza se equilibra, el término medio es inalcanzable desde los extremos.

Ahí está el error.

Trabajos manuales

Con una tijera recorto trozos de corazones disecados, los envuelvo en papel brillante y los pego sobre un plástico transparente.

En el ombligo de la madrugada, un rayo de luz transforma la necrópolis en una constelación.

Y yo, que conozco cómo se sujetan las estrellas, saludo a los asombrados espectadores desde el centro de un escenario de cartulina.

086- Cosas que llevo en el bolsillo

Nunca ganaré el campeonato mundial de 100 metros lisos,
         (y menos con obstáculos).

Y esto me lo repito
cada vez que te veo
para desterrar esperanzas.

La gallina ciega

Por jugar a la gallinita ciega, pisé donde no debía.

Hay minas que sin explotar matan y palabras que, sin pronunciarse, se clavan como las espinas en el corazón tierno de las moras.

Hoy juego con algunas trampas y no me cubro los ojos del todo.

He aprendido que de poco vale la honestidad en la ribera de los ataúdes.

085- Cosas que llevo en el bolsillo

Ahorrar energía
para un «por si acaso»
es asegurar el festín
de los gusanos.

Espero no arrepentirme nunca
de lo que dejé por hacer.

Otro alijo que no llega al mercado


Han interceptado otro alijo de sueños en la aduana. El camello que lo llevaba oculto en sus intestinos no pudo evitar una mueca burlona al ver la cara avinagrada de los policías.

Escasean los profesionales del trapicheo en el bulevar donde habitan los versos que inflaban las velas. No es oficio bien pagado.


Las autoridades rellenan cohetes con la mercancía decomisada.

En los días de fiesta, el colorido de los fuegos artificiales moldea la sonrisa de esos idiotas que al hecho de respirar lo llaman vida.

Por qué maté al patito feo

Mi problema con el patito feo no fue el collar de complejos que lucía en su cuello de cisne, ni las llamadas de teléfono a altas horas para escuchar un manojo de lamentos, ni siquiera que me usara como espejo mágico para reafirmar los cimientos estúpidos de su belleza.

Mi problema fue el brillo de sus plumas blancas deslumbrando mis ojos de topo en mitad de la noche ¡y eso no hay quien lo soporte! 49

83- Cosas que llevo en el bolsillo

No disfrutar del viaje
es la condena del que piensa
que todos los caminos
son equivocados.


La felicidad no es un punto
inalcanzable en el horizonte,
sino el polvo que acumulan
los zapatos viejos.

Límites

Hace abriles no creía en las fronteras.

¡Ciudadano del mundo! (me decía con la ingenuidad de las corolas).

Hoy tengo un rotulador negro (de punta gruesa) para señalar bien los límites sobre el papel.

A veces me mancho los dedos de tinta (daños colaterales).

Dicen que mostrar los mapas a quienes desconocen la tierra que pisan no es desafiar al metal de las espadas.

82- Cosas que llevo en el bolsillo

Con una sonrisa amable,
y mirando a los ojos,
he aprendido a vender
la falsa honestidad
de las manzanas podridas.


En cien años
nadie recordará esta mácula.

El oficio de pastelero

El pastelero del crepúsculo caza ángeles extraviados para arrancarles mechones y cocerlos con azúcar.

Su especialidad es el dulce de hojaldre aderezado con tatuajes de anhelos, vueltas de hojas y tuercas de relojes.

En la calle se extiende, como una masa aplastada por el rodillo implacable, el aroma delicioso del obrador.

Es fácil caer en las tentaciones cuando se adornan de crema, chocolate, cerezas confitadas y señales de prohibido el paso.

COMB(in)A

Mezcló en una batidora:
la pelota desinflada, una navaja con sangre, el rosario de la primera comunión, un libro con tapas mohosas, un bote de purpurina, el pañuelo de los días de luto, el reloj de arena de los duendes y una pila gastada.

Le pareció que aquello estaba bien y, para ser fiel a sus principios, se ahorcó con la misma comba con la que jugaba de niña.

Al final del pasillo

El muchacho miraba al interior de la habitación de invitados a través de la puerta entreabierta. Era tan cuidadoso como un cazador furtivo. Llevaba algunos días merodeando por allí, cuando sabía que todos estaban dedicados a sus tareas y que no sería sorprendido ni interrogado por su comportamiento. Desde la oscuridad del pasillo, distinguía sin dificultad la cama deshecha. Por la ventana lateral penetraba un manantial de luz, regalo de un sol recién nacido de primavera. La oía moverse, pero aún no ocupaba el espacio que abarcaba su campo visual. La voz, femenina y dulce, tarareaba una vieja canción de amor, que alguna vez le oyó a su madre. El deseo le aceleró el pulso y un sudor cálido le envolvió. Como en un fulgor, la mujer apareció desnuda frente a sus ojos. Le ardieron las mejillas con unas llamas desconocidas hasta ese instante, a la vez que una agradable sensación de mareo se apoderaba de su cabeza y debilitaba sus piernas. Entonces, un rumor a su espalda lo asustó y huyó hacia el final del pasillo sin que sus pisadas le delataran. Volvió la vista atrás y vio a Boliche, el viejo gato de la casa, atravesar sigilosamente las sombras. En sus fauces llevaba un pajarillo que, en plena agonía, aún movía las alas.