Tarde de fiesta

    Cuando el toro sacó el cuerno de su abdomen con la misma violencia que lo había introducido, supo que apenas le quedaban unos segundos de vida. Aún pudo ver cómo varios hombres corrían hacia él para auxiliarlo, mientras el animal acudía a la llamada de unos mozos al extremo opuesto de la plaza improvisada con unos carromatos de madera. Los gritos del público fueron las trompetas de su Apocalipsis particular.
    Quiso decir algo desde el suelo, antes de que lo recogieran, pero un vómito de sangre ahogó lo que hubieran sido sus últimas palabras. Después cayó en la espiral profunda que conduce al abismo de la nada.
    Media hora antes había dejado a Mariola en su casa, tras el baile de la tarde. Ella había aceptado la petición de matrimonio y habían fijado fechas posibles para el acontecimiento. Luego se marchó con los amigos a celebrarlo a la plaza.
    Al día siguiente la dicha se tornó en luto tanto en su hogar como en casa de su novia. Todos lloraron, menos el padre de Mariola, que se encerró en la bodega y dio buena cuenta de la mejor botella, guardada para una ocasión especial. Él siempre quiso algo mejor para su niña.

El cataclismo de las mariposas

(1)

Los kilómetros son el bálsamo
que cubre las heridas
    {dulce espiral que las envuelve
    para que sanen lejos
    de la intemperie del ahora}.

(2)

Un remanso se tiñe
con vuelos delicados
de mariposas blancas.
Vuelos que engendran cataclismos
en las antípodas
del camino por el que transitamos
casi sin darnos cuenta.


Animal

    No hubo forma de quitarle la muñeca de las manos. La apretaba con tal fuerza que ni el más robusto de los hombres fue capaz de arrancársela. Miraba a todos con un odio animal que espantaba. Un odio de hembra a la que le acaban de arrebatar a su cría. Sus ojos habían agotado las lágrimas en los días previos, ahora solo anidaba en ellos el fuego primitivo de la venganza.
    La arrastraron al maletero de un vehículo y allí la encerraron. Circularon a gran velocidad por una carretera de firme irregular, ella recibía en su cuerpo los latigazos de cada curva. Conocía su destino, se habían encargado de recordárselo: una zanja en mitad del bosque, un disparo en la frente y una capa de cal viva. Después el olvido, nadie la echaría de menos.
    En un segundo se produjo el impacto. Varias vueltas de campana la dejaron aturdida, pero el portón del maletero se abrió cuando el coche se detuvo. Salió tambaleándose, milagrosamente ilesa. La fiera estaba libre y pronto lo iban a saber.

Simbiosis

Somos camino
fundidos entre el paisaje.

Nos buscamos desnudos
en mitad de un páramo
apenas el primer albor
pespuntea el horizonte.

Cada paso es el aliento.

No seremos los ignorantes
de la negación absoluta.

Cada paso es el aliento.

Somos camino
hacia el crepúsculo.