Cuando finalizó el recital, el poeta se quedó desnudo sobre el escenario. Con cada uno de los versos se fue desprendiendo de las vestiduras falsas y las máscaras con las que había opacado su existencia a lo largo de los años. Su alma fue alcanzando una transparencia inusitada ante la mirada atónita de los espectadores, entre los que se encontraban, como siempre, sus amigos más cercanos y queridos. Ya lo había advertido en los días previos: aquel acto no sería un recital común. Sentía la necesidad apremiante de poner algo de luz a sus rincones más ocultos, rescatar poemas que hasta entonces había vetado por su sinceridad descarnada e incómoda. Después de leer la última pieza, con una voz lenta y acompasada, las caras de asombro sustituyeron a los aplausos habituales. El silencio se extendió como una fina lámina de caramelo que nadie se atrevía a romper con palabras vulgares. El poeta bajó de la tarima, salió del...