Solo una razón


Hay algunas personas que solo consideran válidos sus argumentos. No ven más allá de sus ojos y menosprecian todo lo que no huela a sus ideas. Y no hablo solamente de política, religión o fútbol, me refiero a todos los niveles de la vida, en todos y cada uno de los temas de conversación que surgen en un grupo, más o menos, civilizado. Procuro eludir a este tipo de individuos de la forma más eficaz que puedo: no entrando ni en sus juegos ni en sus debates. Pero a veces, por muchos motivos, es imposible no verse involucrado en uno de estos, digamos, monólogos. Entonces me encuentro dos opciones: callar y dejar que hablen o decir lo que pienso. Esta última opción es la más dolorosa, porque me pongo muy nervioso cuando tengo que discutir, pero en ocasiones no hay más remedio que no dejarse pisar. Tengo muy buenos amigos con los que jamás estaré de acuerdo en muchos temas, pero ellos defienden sus ideas respetando las mías y yo hago lo propio con ellos. Ahí está la riqueza de las relaciones humanas, lejos de intentar imponer como verdaderos unos pensamientos por encima de otros.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
publicado en digitalextremadura.com

Ilustración: Riña de gallos. Wilman Ariza Paniagua

Tratado de paz


Consideró la nota en su buzón como una declaración de cese de hostilidades. La recibió con cierto alivio pensando que, tal vez, aquello significaba el principio del fin. Los días anteriores habían sido los más turbios de su vida. Sufría horriblemente las consecuencias de una guerra abierta y larga. Pasaba las mañanas pegado al teléfono, mantenía largas conversaciones que desembocaban en discusiones inevitables, quedaba con ella para tomar algo al salir del trabajo y se terminaba repitiendo la misma escena. Las buenas intenciones iniciales pronto se veían eclipsadas por el filo agudo y cortante de los reproches. Las noches eran penosamente largas y solitarias. Cuando conseguía dormir, un puñado de pesadillas venía a debilitar sus escasas defensas. Cada amanecer, las sábanas empapadas de sudor le recordaban fragmentos de un pasado mucho más agradable. Se preguntaba una y otra vez cómo habían llegado a ese punto después de tanto tiempo.
Añoraba los besos, pero no sus besos. Una noche de viernes, traicionó lo poco que quedaba en el cuerpo de una amante alquilada que se marchó con el primer reflejo del amanecer. Aquello solo sirvió para intensificar el dolor y para calmar, escasamente, el deseo animal que yace bajo toda piel.
El sobre en el buzón guardaba las semillas de un futuro incierto y necesario. En la nota, además de una despedida abundante en palabras y parca en contenido, le pedía varios libros, una pulsera y una fotografía, la de su graduación. Le pareció todo correcto, excepto la fotografía. Los libros pertenecían a ella, igual que la pulsera. El resto de los regalos no se devolvía, ese era el trato. Pero la foto se la quedó, no por la evocación de otros tiempos felices, sino a modo de botín de guerra.
Preparó todo en una caja decorada de cartón, la llamó y quedó con ella en una cafetería céntrica. Acordaron aquel sitio neutral y frío para su última reunión. Tomaron un café y charlaron, esta vez sin discutir. Consideraban que todo había acabado y que de nada valía escupir palabras infestadas de veneno. Las heridas estaban abiertas pero ya no fluía la sangre. Le entregó la caja, le dijo que se quedaba con la fotografía y ella torció el gesto, aunque no le contestó. Salieron de allí, charlaron un minuto más en la puerta, se besaron en la mejilla como despedida y se marcharon cada uno por un lado.
Apenas había caminado unos segundos cuando se dio la vuelta. No pudo distinguirla entre la gente que llenaba la calle a esa hora de la mañana. Sintió que la había perdido para siempre arrastrada por una corriente de vidas anónimas.
Cuando la noche cuajó el horizonte de la ciudad con su manto tupido, la soledad le golpeó con más fuerza que nunca. No le apetecía quedarse en casa ahogado en la tristeza que lo acechaba y salió a la calle. Sin pensarlo, se dirigió al viejo bar que solían frecuentar años atrás. Todo seguía igual, la misma decoración, la misma luz, la misma música y las mismas camareras. Se sentó en un taburete y pidió una copa. Recordaba, con nostalgia, las famosas noches de otros tiempos. Entonces la vio en la otra punta de la barra. Fumaba distraída con los ojos clavados en la nada. Se acercó lo suficiente para que sus miradas terminaran cruzándose. Ella sonrió y sin decir nada se lanzó a sus labios. Le respondió con el mismo calor y salieron de allí de la mano. Se prometieron que sería nada más por esa noche, pero aún hoy siguen juntos. El camión de la basura no pudo frenar a tiempo mientras cruzaban la calle.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en La Tribuna de Albacete (6/3/2011)
Ilustración: José Ramón Marín

Una breve reflexión sobre política y ética


No me divierte ver como algunos políticos aprovechan cualquier oportunidad para lanzarse al cuello del adversario. Parece que dentro de sus cabezas solo existen las ansias irreprimibles de hacerse con el sillón. Las ideologías no son más que el miserable papel de regalo en el que se envuelven para presentar a los ciudadanos unos principios supuestamente honestos. Pero detrás del envoltorio brillante, una caja vacía muestra, con descarnada claridad, los proyectos que tienen para mejorar la sociedad.
Me consta que hay personas con verdadera vocación política, que trabajan duro y con honradez. Pero como pasa siempre, las manchas destacan sobre el tejido blanco. Los medios de comunicación, se hacen eco de las noticias que causan crispación y discordia. Esto ocurre especialmente en algunos debates televisados, en los que presuntos expertos se atreven a opinar de cualquier tema sin importarles usar la calumnia, la mentira, la difamación y el insulto como moneda de cambio. Lo demás no vende y, en una sociedad como la nuestra, hay que ponerle precio a todo. Las campañas políticas debían regularse por un código ético, pero a estas alturas me parece que mis palabras ingenuas no son más que un poco humo que el viento va a diluir.


Víctor Manuel Jiménez Andrada
publicado en digitalextremadura.com

Ilustración: Reparto político. Marcelo Acquistapace Arias

Una bossa suena


La chica más guapa del lugar enmascara, en su sonrisa forzada, una maraña de sentimientos enfrentados. Quizás no quiere que se note su incomodidad, pero por los poros de su piel transpira desasosiego. Él, en el papel de galán trasnochado, se pavonea con sus amigos. Ella mira con un rencor escondido. Mientras, una bossa suena y los músicos son los primeros en disfrutar de su arte. Ella no oye, no quiere oír. Tan solo pretende salir huyendo del rincón en el que se encuentra hundida. Observo su perfil y aprecio el contraste cruel de la tristeza y la belleza en la misma porción de piel.
En esos momentos posa para mí. Me siento entonces un pintor de vidas ajenas. Veo una historia que no acabará bien. Pero podéis estar tranquilos, en estas cosas suelo, felizmente, equivocarme.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
publicado en Letras Breves n.2 (ene-mar 2011)

Ilustración: Días negros de noches blancas. Juan Pablo García Raja

Presentación de la Niña Bonita en Badajoz


Domingo día 8 de mayo, a las 19:00 h,
en LA FERIA DEL LIBRO DE BADAJOZ
Presentación de nuestro libro de poesía
LA NIÑA BONITA


La cigarra y la hormiga (versión crisis)


Había una vez, en un país muy lejano, una cigarra que se pasaba el día cantando. El verano se le antojaba largo y no pensaba en la llegada del frío. Con el dinero que sacó de algunas actuaciones (cobradas en negro, por supuesto), celebró grandes fiestas y se compró todos los caprichos que se le antojaron. Mientras tanto, una hormiguita trabajaba y trabajaba sin descanso para poder tener, cuando llegara el invierno, unos ahorrillos dignos.
Pasaron los meses y llegó la temporada de nieve. La hormiguita se refugió en su hormiguero y la cigarra pidió una subvención. Como la pobre no tenía recursos, le asignaron un capital decente con el que pasar, sin ningún apuro, la estación gélida. La hormiga se quedó pasmada cuando vio como parte de su cosecha era recaudada, por unos señores de gris, para poder mantener a una legión de cigarras.
Y ahora, ¿qué moraleja sacamos del cuento?

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Publicado en digitalextremadura.com

Ilustración: Milo Winter