A peor

Diario del Comandante del grupo de supervivientes:

Lunes 4 de marzo: “Hemos cruzado la línea que habíamos marcado en el suelo como límite infranqueable y con ello hemos provocado la hecatombe terrible que nos ha arrastrado al borde del abismo. Creo que después de esto no podemos ir a peor. Lo hemos jodido todo.”

Viernes 22 de marzo: “Es hora de levantarse y respirar, es el momento de buscar el color verde de los primeros brotes en nuestras pupilas. Es tiempo de abrazarse y empezar de nuevo.”

 Jueves 4 de abril: ”Esa ha sido mi equivocación: ignorar la verdadera naturaleza del ser humano, que es capaz de generar el desastre sobre el mapa en ruinas que ha dejado el cataclismo previo.”

Miércoles 15 de mayo: ”No hay razón para seguir luchando. Todo se ha hundido más allá de lo imaginable. La catástrofe de hace unos meses es una inocente verbena de barrio en comparación con lo que se avecina. Estoy recluido en una cueva desde la que resisto con un grupo de incondicionales que cada vez lo son menos.”

Sábado 1 de junio: “Solo quedamos dos, uno en cada bando. Lo he localizado con la mira telescópica y lo tengo a tiro. Él también me apunta.”

Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Ciento Volando n. 3

Tratado de paz

Consideró la nota en su buzón como una declaración de cese de hostilidades. La recibió con cierto alivio pensando que, tal vez, aquello significaba el principio del fin. Los días anteriores habían sido los más turbios de su vida. Sufría horriblemente las consecuencias de una guerra abierta y larga. Pasaba las mañanas pegado al teléfono, mantenía largas conversaciones que desembocaban en discusiones inevitables, quedaba con ella para tomar algo al salir del trabajo y se terminaba repitiendo la misma escena. Las buenas intenciones iniciales pronto se veían eclipsadas por el filo agudo y cortante de los reproches. Las noches eran penosamente largas y solitarias. Cuando conseguía dormir, un puñado de pesadillas venía a debilitar sus escasas defensas. Cada amanecer, las sábanas empapadas de sudor le recordaban fragmentos de un pasado mucho más agradable. Se preguntaba una y otra vez cómo habían llegado a ese punto después de tanto tiempo.
Añoraba los besos, pero no sus besos. Una noche de viernes, traicionó lo poco que quedaba en el cuerpo de una amante alquilada que se marchó con el primer reflejo del amanecer. Aquello solo sirvió para intensificar el dolor y para calmar, escasamente, el deseo animal que yace bajo toda piel.
El sobre en el buzón guardaba las semillas de un futuro incierto y necesario. En la nota, además de una despedida abundante en palabras y parca en contenido, le pedía varios libros, una pulsera y una fotografía, la de su graduación. Le pareció todo correcto, excepto la fotografía. Los libros pertenecían a ella, igual que la pulsera. El resto de los regalos no se devolvía, ese era el trato. Pero la foto se la quedó, no por la evocación de otros tiempos felices, sino a modo de botín de guerra. Preparó todo en una caja decorada de cartón, la llamó y quedó con ella en una cafetería céntrica.
Acordaron aquel sitio neutral y frío para su última reunión. Tomaron un café y charlaron, esta vez sin discutir. Consideraban que todo había acabado y que de nada valía escupir palabras infestadas de veneno. Las heridas estaban abiertas pero ya no fluía la sangre. Le entregó la caja, le dijo que se quedaba con la fotografía y ella torció el gesto, aunque no le contestó. Salieron de allí, charlaron un minuto más en la puerta, se besaron en la mejilla como despedida y se marcharon cada uno por un lado.
Apenas había caminado unos segundos cuando se dio la vuelta. No pudo distinguirla entre la gente que llenaba la calle a esa hora de la mañana. Sintió que la había perdido para siempre arrastrada por una corriente de vidas anónimas.
Cuando la noche cuajó el horizonte de la ciudad con su manto tupido, la soledad le golpeó con más fuerza que nunca. No le apetecía quedarse en casa ahogado en la tristeza que lo acechaba y salió a la calle. Sin pensarlo, se dirigió al viejo bar que solían frecuentar años atrás. Todo seguía igual, la misma decoración, la misma luz, la misma música y las mismas camareras. Se sentó en un taburete y pidió una copa. Recordaba, con nostalgia, las famosas noches de otros tiempos. Entonces la vio en la otra punta de la barra. Fumaba distraída con los ojos clavados en la nada. Se acercó lo suficiente para que sus miradas terminaran cruzándose. Ella sonrió y sin decir nada se lanzó a sus labios. Le respondió con el mismo calor y salieron de allí de la mano. Se prometieron que sería nada más por esa noche, pero aún hoy siguen juntos. El camión de la basura no pudo frenar a tiempo mientras cruzaban la calle.
  
Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en La Tribuna de Albacete 6/3/2011 

APUNTE DE ANATOMÍA 001.- TECLADO (1)

Pulsar una tecla y luego otra. Combinación de letras: embrión de poema que a veces se malforma en una anodina carta comercial. “Estimado señor” en el primer verso. Inicio arriesgado, que dirían algunos, buscando la metáfora como los cerdos buscan la trufa.

 
Texto y fotografía: Víctor M. Jiménez Andrada

Buffet libre

“HOY BUFFET LIBRE DE BESOS”

Entré sin pensarlo y pagué el precio. Me pareció barato, hasta que averigüé que las bebidas no estaban incluidas. No os podéis imaginar lo caro que costaba un pequeño vaso de cariño.

Gente fina

-¿Qué le pongo al señor? -preguntó el camarero con respeto.
-Al Señor le pones dos velas y a este hijo de perra que te habla le pones una cerveza, que vengo muerto de sed.
Fue lo más fino que salió nunca de sus labios.

Cementerio abandonado

Camino sobre piedras
de tumbas profanadas,
sobre cruces sin pedestal
y fango hediondo.
 
Rompe el espeso silencio,
el lamento de huesos
que se quiebran
a mi paso.
  
Mariposas negras ciegan mis ojos
a la esperanza de la luna,
mientras Cronos picotea
los despojos de la vida.

   
Víctor M. Jiménez Andrada
-escrito un Día de Todos los Santos de hace muchos años-