No es tiempo de perdices

A veces los labios tiemblan en la liturgia de pronunciar silencios.

Un cesto lleno de alas cortadas presagia el banquete del cerdo, mientras la televisión emite cartas de ajuste para encefalogramas planos.

NADA es el conjunto vacío o tan solo un disfraz, depende de la perspectiva.

Manejamos un concepto demasiado poético y peligroso para el capataz de los herreros.

Mis labios tiritan también (de rabia) para que mis dedos no muerdan.

Ternura

Por muy lobo que uno sea, mejor no meter la pata enharinada bajo la puerta del hogar de los siete cabritillos.

El más pequeño de todos maneja con precisión la motosierra que hace tiempo le regaló el trapero de inocencias.

Si el engaño no muda de piel no hay forma.

Solo queda el comedor social que reparte menús para exiliados de las fábulas y la espera infértil de días pasados, que siempre fueron mejores (a pesar del olor a rancio de los sótanos).

Vaya mierda (4)

No me gusta decir eso de: “Esto es una mierda”. Sobre todo si me lo tengo que llevar a la boca.

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Mal vamos cuando decimos que pisar una mierda trae suerte.

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Gracias a mi buena estrella, solo he estado hasta el cuello de mierda metafóricamente. Así y todo, confieso que lo pasé mal. Las metáforas manchan y huelen, aunque no lo creamos posi­ble.

75- Cosas que llevo en los bolsillos

Demolerme en la noche del domingo
para saborear la savia nueva
en la madrugada del lunes.

Todo consiste en levantarse
después de caer.

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Sabíamos que no era buena (al menos eso nos advirtió el rumor de la brisa que se esconde en los cuentos).

Hace unos días la vimos en una esquina, como una estatua de mármol.

Condensaba bajo su piel el vapor de un sueño y se adornaba el pecho con los trofeos de caza que había robado en la mansión de los mártires impostores.

Me arrastró su canto de sirena y asumí la derrota, pero mi cama sació la sed.

Vaya mierda (3)

Casi lo primero que hacemos al venir al mun­do es cagarnos encima, después la cagamos con naturalidad pasmosa (algunos casi todos los días y sin necesidad de laxantes). Finalmente, viejos y hechos una mierda, volvemos a cagar­nos en los pantalones para cerrar el círculo existencial.