El punto de partida de los carruseles

Ahora que paseo con las manos en los bolsillos por el que fue tu barrio, el recuerdo me espera al abrigo de un palio invisible.

Bajo la atenta mirada del nieto del cuervo de entonces, los besos no nacidos me gritan los tormentos de su condena y las fachadas ocultan, en las hojas descosidas de un almanaque, el perfume de las flores arrancadas una primavera errática.

Ya mi lengua ha perdido el tacto de la fruta que brotaba de tu boca -si es que alguna vez aquello sucedió-.

El adiós sabe a certeza cuando el primer sol de septiembre anuncia el punto de partida de los carruseles.

Jubilación anticipada

En el precipicio de aquel amanecer cubierto por hule de escarcha, una sombra me arrancó tres dientes de un golpe certero en la mandíbula.

Después de 48 horas en observación, habitó la soledad de los pliegues bajo mi almohada en la cama del hospital.

Dicen que le dieron la jubilación anticipada al ratón Pérez.

Ya no creo en quienes cambian monedas por dientes cuando las arcas están vacías y las encías casi despobladas.

69-Cosas que llevo en el bolsillo

Los besos embotellados
en vidrio no retornable
tienen fecha de caducidad.

No hay degustaciones gratuitas
para el desertor de las estrellas.

Plastilina

Unos dedos sin cicatrices
amasan con la fuerza
de los brotes lozanos.

Existe una convergencia
al punto de destino,
un sumidero ineludible.

La suma de colores
no es el arcoíris
sino un nubarrón gris
que pronostica tempestades.

La evidencia no favorece
el verbo del profeta.
Ignora que el fin del mundo
sucede cada día.

68-Cosas que llevo en el bolsillo

El día menos pensado
el murmullo se hace grito.
No te fíes de los cimientos:
torres más altas han caído,
incluso aquellas conjuradas
a los dioses.

Después de los terremotos
nada sigue igual.
Aunque aspiremos a lo contrario
reconstruirse es una ilusión.

Al corro

Al corro de la patata,
menta perfuma los labios.

Entre las piernas florece
temblor de plumas nuevas.

Naranjitas y limones
alivian el resfriado
de las agendas perdidas.

Vueltas y más vueltas
siguiendo la tonadilla:
                    ¡Achupé! ¡Achupé!
                    ¡Sentadita me quedé!

Después de la dulce niebla
los rostros se endurecieron.

67-Cosas que llevo en el bolsillo

Después de lavarse las manos
en la concurrida fuente de Pilatos,
y mientras pregona: “no matarás”,
apunta a la cabeza
para ahorrar sufrimiento
                                    (como si eso le eximiera de toda culpa).

Poema bobo

Si tuviera unos años menos
y la mirada taciturna,
sonrisa de canalla
y perfil griego;
cuerpo de azúcar
y voz melosa
como susurro en un orgamo,
si escribiera chorradas
de adolescentes con recalentón
y me inventara historias
de algún amor maldito,
mis poemas serían
las palabras de un dios.
Pagarían por verme
vendería miles de libros
y me regalarían bragas
y flores cada noche.
Mis vídeos en youtube
cotizarían en la Bolsa
y tendría postrado
a todo el Parnaso a mis pies.

Pero seamos realistas:
Yo no soy poeta-objeto
tipo muñeco de sex-shop.

Y así me va.

Especuladores

El pasaporte hacia la gallina de los huevos de oro es un puñado miserable de habichuelas que hay que comprarle al traficante de sueños en el paso de la frontera.

El expolio alcanza al horno donde se cuece el pan cuando las cosechas prometen máximo rendimiento con mínima inversión.

Queda huir entonces, con patas de gacela, del canto hueco de los predicadores y de los rótulos luminosos que ofertan castillos en el aire.

66-Cosas que llevo en el bolsillo

Tiendo la mano
a las fauces del pitbull
que ladra mi nombre
cada vez que me huele.

Aunque la palabra enemigo
es absurda
cuando viajamos
en el mismo tren,
temo que mi gesto
sea un saco de huesos
en mitad de la jauría.

Espirales

¿Te imaginas que pudiéramos recorrer el interior de un caparazón de caracol?
Daríamos vueltas y vueltas en una espiral.

Sería divertido jugar a no tocar las paredes mientras nos perseguimos y recitar poemas a gritos para que el eco nos acariciara.

Estaría bien para guardarse de este invierno tan frío que ya canta su preludio con guirnaldas de hielo.

¡NO! 

Ningún gasterópodo merece el destierro de su hogar.

Ecosistema mínimo (XVII)

Cuando regresemos volarás libre, te alejarás tanto que la osamenta del recuerdo se confundirá con las raices centenarias. Sin embargo, quedarás atrapada para siempre en la melancolía de un verso que aún no he tenido el valor de escribir.

La ratita presumida

Muestra un lazo de papel
atado a la cola
y veinte pares de ojos lamen
la estela virgen de su piel.

Se deja acariciar
por la sonrisa afilada
de un gato perverso,
mientras contempla a cien elefantes
sobre la tela de una araña.

Las promesas se precipitan
al balde de aguas fecales
cuando la música
de las monedas
taladra el momento de duda
y la arrastra al sol que más alumbra.

Antes de que la noche reine
le arrancarán el lacito,
se comerán sus sueños de almíbar
y será otra muerta
que vivirá en las esquinas.

Ecosistema mínimo (XVI)

Tanto tiempo sin ese trémulo aleteo que ahora me araña. Has tenido que ser tú la que me resucite del letargo de años. Ha tenido que ser en este lugar tan apartado del hormigón que conmueve. Conozco la palabra exacta, pero callaré para conservar mi naturaleza de sombra.

Ecosistema mínimo (XXV)

Es esta alegría la que amamanta al verso con su leche de nácar, la que salpica los días venideros en la aridez de las agendas, la que conservaré para siempre, cuando todo haya pasado, en un frasco con ramas de canela. Son tus labios ungidos por la brisa húmeda los que tanto me provocan.

Ya no me conoce nadie

“A casa, niños, a casa, que viene por la calle el hombre del saco.”

Y el hombre, con sus recuerdos a la espalda, se extraña de las ausencias.
No hay un solo rostro de las fotografías viejas, ni lápidas conmemorativas en las esquinas de los barrios que un día fueron arrabales.

Nada es igual para el extranjero que retorna.

Los cadáveres de los días arañan los cristales, como almas ahogadas en el Aqueronte, cuando lo ven deambular por la plaza.

Nada es igual ante sus pupilas.

Ecosistema mínimo (XXIV)

La belleza viene a enhebrar la aguja con la que se cosen mis sueños. Solo tu nombre escrito sobre la arena es suficiente para levantar la tempestad que me envuelve. Abro los ojos. No es un retorno, porque en realidad nunca me he marchado de aquí. Sobre una piedra oteas el horizonte azul. Sonríes y sonrío. Aunque el regalo no va dirigido a mí, me lo apropio. Nada me da más placer que robarte gestos sin que tú lo sepas.

Gretel

“Todavía nuestros brazos están tendidos.”
Vicente Aleixandre

Arrojamos cubos de días
en la mitad del calendario
para alejar
 
ayer           de           hoy.
 
No por ti, ni por mí,
sino por la inercia del reloj.
Pasas cerca y no ves que te observo
tras la ventana de mi casa
de chocolate.

¿No te gusta lamer ya estos muros?
No he vuelto a meter
a nadie en la jaula
desde que te marchaste
o te dejé escapar.

Ecosistema mínimo (XXIII)

Los guijarros tocan mis pies descalzos, no para herirme sino para acariciarme con la esencia de una historia que siempre se repite. Te contemplo una vez más, para hacerte perenne cuando el otoño me bese en la frente con sus primeras lluvias. Te contemplo una vez más para hacerte poema algún día.

Nada

“Ellos montaron sus telares y simulaban
estar muchas horas tejiendo.”

El Conde Lucanor. Cuento XXXII. Don Juan Manuel

El pícaro en el vestido cose
lentejuelas de aire
para deslumbrar con su brillo
a los unicornios
que decoraron las banderas.

Añoro una voz infantil
que diga:
                “¡El Emperador va desnudo!”
 
Hay muchas lenguas cortadas
en el estómago
del juez camaleón.

Ecosistema mínimo (XXII)

No estoy aquí para provocar la curva peligrosa de tus labios formando una partícula negativa. Muy lejos de mis intenciones mostrarte las palmas de mis manos. Sin embargo, dejaré migas de pan por el camino por si se te ocurre seguirme. Solo espero que la voracidad de los pájaros no me condene a la soledad de los panteones.

Para terminar fundidos

“nacidos para arder, para arder siempre.”
Dámaso Alonso

El soldado de plomo
tiene los labios granados
de cientos de besos perdidos.
Sueña con un hogar
de bóvedas de fuego
y amores de papel.

Entre tanto, el resto de la tropa
fornica con la bailarina.

Solo le queda el consuelo
de burdeles de carretera
que alquilan caricias
para tullidos.

Ecosistema mínimo (XXI)

Ahora sé que la niebla ya se disipó tras este invierno tan largo que me impedía volver al verso primero. Aquel que, aunque imperfecto, ya hablaba de ti sin que ninguno lo supiéramos.

El destino de todo cerdo

“Timeo Danaos
et dona ferentes”
Eneida. Virgilio

Los cerdos se observan satisfechos:
¡el banquete está servido!

No perciben que la guarida
es un cebadero sin puertas.

Mientras devoran,
ungidos por la gula,
el lobo cuenta los días que faltan
para celebrar San Martín.

065-Cosas que llevo en el bolsillo

No nos vamos a engañar: 

          Tras aquella duna enorme
          no hay oasis
solo arena candente
como preludio de otras dunas.

Ecosistema mínimo (XX)

El agua moldea a la roca a su capricho. Tal vez mis palabras necesiten hacer lo mismo contigo. De momento guardaré este pétalo adolescente que me ha regalado una margarita, para cuando el olvido me asedie con su guadaña de óxido.

Escribiendo poesía en el país de los imbéciles

Comienzo este año 2018 con una lectura que me hace sentir doblemente afortunado. Por un lado, saboreo la suerte de haber dado con un libro realmente bueno —no hay mejor forma de empezar, desde luego—, y por otro lado, la fortuna de conocer personalmente a su autor.

José Manuel Díez es de estos seres humanos que impreganan con su magia todo lo que tocan. No hace mucho disfruté de su música con el espectáculo "La semilla", ahora lo hago con su último libro publicado por Hiperión, "El país de los imbéciles", ganador, además, del XXXIII Premio Jaén de Poesía.



El libro se divide en dos partes, una primera titulada "Los dioses del instante", encabezamiento que da pie a una serie de poemas que hablan del oficio del poeta, de su soledad, de las preguntas eternas, de la esperanza que teje, de cierto deseo de inmortalidad —quizás a través de la perduración de la obra—, de lo efímero como contrapunto, del miedo y la forma de vencerlo, de la humildad más absoluta para abrazar el arte, de la hermosura de la miseria, de la complejidad de vivir de frente y del dilema de las encrucijadas. Al poco de empezar la lectura, uno se da de frente con el poema "Imagina un caballo", todo un alarde estético y didáctico sobre lo que es, en realidad, la poesía. Juega el autor con dos conceptos que desgrana durante toda la obra: los poemas que nacen de viajes y los poemas que nacen de recuerdos. Un ejemplo de poema que nace de viajes lo apreciamos en "Memoria del trópico", el poeta está en fusión con el entorno para serlo todo, incluyendo también los matices negativos, pero a la vez es un poema de recuerdo cuando llega al lector y ahí está precisamente la grandeza, en la posibilidad de cambiar de perspectiva con un simple parpadeo. Hay, en esta primera parte, un díptico sobre la muerte, tema también imperecedero, que da dos visiones diferentes: la muerte de un poeta querido (Miguel Ángel Velasco) y "Tragedia", un poema conmovedor en el que el autor desgrana lo que para él es lo más doloroso, que no es otra cosa que perder a los seres queridos, descartando como tragedia la pérdida de la propia vida. El amor, otro de los temas recurrentes en los poetas de todos los tiempos, aparece en "Taller y símbolo", en sus versos se funden también dos artes, la pintura y la literatura, oficio de sus protagonistas. "Una oda" es un poema con clara vocación de "recuerdo", se llega a respirar el ambiente de los viejos ultramarinos de barrio que conocimos en las décadas pasadas, tiendas de las que ya quedan pocas repartidas por la geografía, cada vez más despiadada, de las ciudades. En esta parte el poeta aspira a ser, de alguna manera, un dios, pero un dios del instante, de la efervescencia efímera, y así lo vemos en el poema "Deus ex machina".

La segunda parte se titula como el libro, "El país de los imbéciles", y va encabezada por la cita de Roberto Bolaño que me permito aplicar también como título de esta reseña: "Escribiendo poesía en el país de los imbéciles". Y es que esta es la heroicidad del poeta, escribir a pesar de todo, a pesar de la estupidez, de los abusos —el poema "Los nombres de Sara" es desgarrador—, del amor —que puede ser tan necesario como atroz—, de los derrotados y de los vencedores, de la guerra, del llanto que un hombre derrama en su cautiverio, de la extrañeza... escribir a pesar de todo. Y así lo hace José Manuel Díez, que se enfrenta a la actitud de los necios, que pone el dedo en la llaga sin maldad pero con firmeza, con valentía y sinceridad, sin importar el daño que le puedan hacer aquellos que golpean el oficio del poeta, y logra transformarse, como él mismo dice, en "pandereta" y en "trapo tendido". Y lo hace puliendo cada verso, con una técnica y un ritmo que no oculta su oficio de músico y su vocación de lector incombustible.
"El país de los imbéciles" es , como he dicho al principio, la mejor opción que he tenido de inaugurar mi año de lecturas.

064-Cosas que llevo en el bolsillo

Llega un momento
en el que el barco parte
y como idiota
me quedo en el puerto
con un pasaje en el bolsillo
que no supe interpretar.