El líder

    Después de las lluvias torrenciales que lo arrasaron todo, se encontraron perdidos. Vagaron por el territorio embarrado durante muchos días. Algunos, los más enfermos y viejos, perdieron sus fuerzas para seguir un camino hacia la nada y se dejaron devorar por unos depredadores más hambrientos y desesperados que ellos.
    No había redención en un paraje atroz de fango y muerte. Pero cuando parecía que todo estaba perdido apareció en el horizonte la imponente silueta de un gran macho. Se limitaron a seguirle con nuevas esperanzas. Tenían un guía, un líder capaz de llevarles a un terreno de grandes praderas verdes, un lugar en el que no faltara ni el alimento ni el sol tibio para calentar sus cueros enmohecidos por la persistente humedad.
    Le siguieron hasta el precipicio y allí desaparecieron todos. Deslumbrados por el tamaño descomunal de los testículos del macho, ninguno percibió la ceguera en sus ojos. Una vez más, los buitres ganaron la partida.

Obertura

(1)

Inicio el viaje en la palabra
camino,
sin pretensión de luz
que arañe el horizonte.

(2)

Aquí, el vuelo del vencejo
no entiende de extranjeros
y dicen que los versos
brotan en ciertos manantiales.

(3)

Agradecido habitaré
cualquier no lugar que me acoja
-hasta el amanecer siguiente-
con la ternura de una madre.

Los buenos y los malos

No me creo las historias con finales felices.

La vida enseña que Caperucita es un poco loba y el lobo un poco niño, por la misma razón que un vaso
medio vacío es también un vaso medio lleno.

No hay buenos ni malos sobre el tablero; solo vencedores y vencidos en un punto situado en el espacio-tiempo; y el único final verdadero es: “...comieron lo que pudieron y vivieron luchando.”

No hay buenos ni malos sobre el tablero,
todo depende del punto de vista.

Una taberna en Elvas

    El hombre llega a la taberna de siempre cuando el reloj de la torre marca las cuatro de la tarde. Es un rito que cumple invariablemente desde que se quedó viudo hace quince años. Sus hijos echaron raíces en la capital, aquí el trabajo escasea y sus horizontes apuntaban hacia el inmenso Atlántico. Entra en la taberna y solo entonces se quita la gorra. Viste de negro, es su tradición llevar el dolor pegado a la piel. Nunca pensó en rehacer su vida, porque su vida era ella. Solo le queda la rutina sencilla de la inercia, los paseos en primavera por el parque, la lectura del periódico en la biblioteca municipal y la conversación con algún amigo de la juventud para enumerar ausencias.
    Su mano temblorosa lleva la taza a unos labios castigados por el paso del tiempo, la intemperie y la terrible sequía de besos desde que ella marchó. Sus ojos, sin embargo, no son tan tristes. Reflejan el tiempo pasado y las cicatrices de los días felices. La esperanza es entonces el recuerdo; y el recuerdo es el rosario de cuentas cíclicas que desgrana cada tarde en la taberna para el que quiera escucharle.