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Mostrando entradas de abril, 2025

La muchacha del ambigú

No pasaba de los quince años y tenía el desparpajo de las tenderas del mercado. Despachaba chucherías y palomitas, que desprendían su aroma inconfundible, con una sonrisa mientras no paraba de hablar. Sabía ofrecer el género que se exhibía tras un mostrador acristalado. Aquel expositor representaba la frontera que ella gobernaba y que nos separaba del soñado paraíso de azúcar y sal. Pero a mis doce años ya había hecho otros descubrimientos y no solo me tentaba la desmesura de aquellos manjares. Ella, Martita la del ambigú —como la llamábamos— me tenía loco. El cine del pueblo era uno de tantos negocios familiares. El padre de Martita se había atrevido a arrendarlo para su explotación, después de varios años cerrado. No corrían malos tiempos entonces para disfrutar del séptimo arte en las salas. Ni siquiera los videoclubes habían comenzado a imponer su reino, tan efímero. La madre de Martita ejercía de taquillera: una señora de temperamento áspero que estaba en las antípodas de su hija,...

El baño del general

El general llega a su casa después del desfile de la victoria. Se quita la gorra, las medallas, las botas, los correajes y el uniforme. Lo deja todo ordenado, como hace siempre. Diluye el gesto marcial que tiene dibujado en su rostro mientras se introduce en la bañera llena con agua caliente y espuma. Un rato después sale temblando, como un animalillo desvalido y muerto de miedo. Su mujer lo cubre con una toalla mullida, lo abraza y le canta una vieja canción infantil.

Pequeños detalles

Ya solo me queda presidir el desfile amargo de mis penas. Entre todos han carcomido los cimientos de mis ilusiones, las que fui construyendo con lentitud de artesano al amparo de tus ojos. Esa mirada tan pura y magnética que me ha acompañado hasta hoy y que, a pesar de todo, quiero preservar para siempre en lo más hondo, allí donde se oculta lo inconfesable, lo más importante, lo que hace que mi corazón espere, aun con tristeza, cada nuevo amanecer. Y bien sabe Dios que no es solo la hermosura que desbordas, sino ese apretado racimo de virtudes tan peculiares que exhibes, sin darte cuenta, como el mejor collar de perlas. Mujer culta, comprometida, generosa, experta en Letras, dulce y paciente, mujer única. Y vuelvo a tus ojos divinos, zaguanes transparentes de tu alma. ¿Cómo no enamorarme perdidamente de ti? ¿Sabes cuánto tiempo te busqué? Y hoy las palabras necias del funcionario me han destrozado, pero él no es nadie para prohibir que te ame. Hasta ahí podíamos llegar. Sabes que nunc...