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El vendedor de sombras

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El vendedor de sombras es un tipo silencioso que está curtido por el sol de muchos veranos y por la brisa que siempre sopla cálida en el rincón que ocupa. Se llama Antonio, como su padre y como se llamaba su abuelo, pero a él le dicen Toñito y así nadie los confunde. Está soltero, aunque pasa de los treinta y cinco. Hace tiempo tuvo una novia, Paquita. Paqui es la hija de Francisco, dueño del kiosco del barrio y muy conocido porque cada noche cantaba flamenco por las tascas frecuentadas por los turistas. Currito el Grillo, le decían. Atiende a ese nombre aún hoy, cuando alguno de los de entonces le llama así. Toñito se enfadó con Paqui o más bien fue Paqui quien buscó la excusa para dejarle. Estaba harta del oficio que él tenía. Ser vendedor de sombras le ponía en la bandeja de sus ojos los mejores cuerpos de mujer y ella, que siempre estuvo entrada en carnes, odiaba cualquier tipo de comparación. Aunque Toñito no le había dado nunca pie a ello, ella rompió la relación por puros celos....

Historia de un helado de chocolate

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Acaban de servirme para ti. Me han arrancado del frío lecho que me albergaba, me han modelado como una bola y me han elevado sobre un cono de galleta crujiente. Aparezco ante tu vista sabroso y refrescante. Ahora estoy en tus manos a cambio de unas pocas monedas que llevabas en el fondo del bolsillo. Me miras despacio, siento como tu boca se hace agua. Me deseas, solo tienes que probarme. Estoy tan cerca que noto tu aliento. Tu lengua comienza a lamer mi superficie. Poco a poco me voy deshaciendo en tu boca, me fundo en tu saliva y dejo que me tragues. Te deseo y quiero darte placer aunque para ello tenga que perder cada gota de mi esencia. Me encanta sentir cómo deleitas tu paladar. Ahora me chupas con intensidad, pierdo mi forma de bola y vas adaptando mi anatomía a tus labios de fuego. Dejo escapar varias gotas que ruedan por el cuerpo de la galleta. Entonces juegas con ellas, lamiéndolas de abajo a arriba, evitando que se caigan al suelo y aprovechando, de esta manera, cada parte d...

El valle de las cerezas

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Al norte existía un valle que, con los primeros llantos de la primavera, se pintaba del blanco inmaculado de las flores de los cerezos. Sara huyó de allí mucho antes de que el invierno exhalara su último suspiro y no regresó jamás. Entonces yo no era más que un chiquillo de apenas trece años. Recuerdo el rostro de Sara pegado a la ventanilla del autobús. Sus labios esbozaron la sonrisa de siempre, pero sus ojos se nublaron con una tempestad de lágrimas. Los dedos, contra el vidrio frío, se aferraban al instante que se evaporaba sin remedio. El vehículo puso rumbo a un lugar entonces tan lejano que parecía no existir más que en los libros de texto. Me quedé varias horas clavado en mitad de la plaza desierta, temblando de frío y con la pena atada a mi garganta. Durante diez años leí libros de poesía y un buen día me fui a buscarla. No tuve dificultad en dar con ella. Acudí a una inmensa librería de la capital donde firmaba ejemplares de su última novela a decenas de lectores. Cuando estu...

Don Quijote

Cada día amanece con más cardenales que el Vaticano. Su oficio secreto de superhéroe sin superpoderes le trae por la calle de la amargura. Tal vez fue la sobredosis de cómic que sus pupilas devoraron durante la adolescencia lo que le llevó a dedicarse a impartir justicia en los ratos libres que le permite su oficio de ayudante de contable en unos almacenes. Aunque sus compañeros de trabajo siempre lo han visto como un tipo raro, no pueden ni imaginarse su doble vida. Cuando anochece, recorre las calles para enfrentarse a lo peor que se encuentra: yonquis desarrapados que trapichean por los parques, prostitutas reumáticas que se funden con las esquinas y algún que otro niñato que se dedica a cargarse el mobiliario público por el mero hecho de entretenerse, confundiendo, entre los vapores etílicos del botellón, la lucha social con el vandalismo. De sus andanzas no sale nunca bien parado y no es extraño verle rodar por el suelo entre el griterío de la bronca que se forma cuando trata de a...

Gran circo

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En 2014 me concedieron el XVI Premio «García de la Huerta» por mi poemario Circo . Era un libro con el que tenía una cuenta pendiente, porque en aquel momento seguía creciendo y al concurso presenté solo una parte —la que estaba más pulida—. Después de profundas revisiones a lo largo de todo este tiempo, y de muchas dudas, llega el momento de que vea la luz en esta versión que considero completa. Espero que las personas que se acerquen a sus páginas viajen conmigo a las entrañas de este Gran circo que trata de ser la propia vida. (Descargar libro en PDF gratis)   (Descargar libro en PDF gratis)

Poema vencejo

(1) La poesía tiene fuertes alas para volar igual que los vencejos: sin detenerse casi nunca.  Se alimenta de todas las palabras que encuentra por los puntos cardinales, no repara en mezclar cientos de idiomas, pues su dieta es mestiza.  Atesora el instinto de los nómadas  —tan arcano y tan bello—  para recorrer los cielos del mundo sin saber qué son las tristes fronteras que construyen los hombres.  (2) Los vencejos —¿o he dicho los poemas?—  navegan en los libros más hermosos sobre océanos de espacio y de tiempo, también bajo la tierra, en la fibra óptica que penetra los muros de las casas. Jamás pueden vivir entre barrotes {poemas y vencejos}.   Algunas veces hacen una pausa para anidar en las cabezas fértiles de los poetas. Y así se reproducen en los ciclos eternos de la vida.

La muchacha del ambigú

No pasaba de los quince años y tenía el desparpajo de las tenderas del mercado. Despachaba chucherías y palomitas, que desprendían su aroma inconfundible, con una sonrisa mientras no paraba de hablar. Sabía ofrecer el género que se exhibía tras un mostrador acristalado. Aquel expositor representaba la frontera que ella gobernaba y que nos separaba del soñado paraíso de azúcar y sal. Pero a mis doce años ya había hecho otros descubrimientos y no solo me tentaba la desmesura de aquellos manjares. Ella, Martita la del ambigú —como la llamábamos— me tenía loco. El cine del pueblo era uno de tantos negocios familiares. El padre de Martita se había atrevido a arrendarlo para su explotación, después de varios años cerrado. No corrían malos tiempos entonces para disfrutar del séptimo arte en las salas. Ni siquiera los videoclubes habían comenzado a imponer su reino, tan efímero. La madre de Martita ejercía de taquillera: una señora de temperamento áspero que estaba en las antípodas de su hija,...