A primera vista


Fue casi amor a primera vista. Habló con ella toda la noche y cuando vio la oportunidad, la besó en los labios. La muchacha lo aceptó con una sonrisa perenne, aunque un poco fría. Le costó algo más llevarla a casa, pero al final logró su propósito. Al amanecer, la policía municipal buscaba por todos lados al desaprensivo que había secuestrado la estatua de Venus.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Ilustración: Tiziano. "Venus de Urbino"

Defensa desproporcionada

El estadio se venía abajo. El gol, a un minuto del final del partido, lo hacía campeón del mundo. Un disparo le arrancó del sueño y le hundió en el sueño eterno. La pelota, en un golpe de mala fortuna, llegó al puesto de guardia. El soldado respondió con contundencia.

Víctor Manuel Jiménez Andrada

Males necesarios


Cuando supo que el ser humano pasa un tercio de la vida durmiendo se quedó horrorizado. No podía perder ese tiempo tan precioso. Decidió no dormir. No duró mucho, murió de agotamiento.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Ilustración: Goya. "El sueño de la razón produce monstruos"

Amante


La luz de la tarde entra por la ventana, colorea de ámbar las paredes y lame tu piel desnuda. Tumbada sobre mi cama, me ofreces el exquisito manjar de tu carne pálida. Mis torpes manos tiemblan impacientes y el corazón late ruidoso en mi garganta. Acerco la boca a tus labios entreabiertos y derramo mi deseo en besos cálidos. Arranco del arpa dormida notas que gimen en el silencio. Encauzo mis sentidos por tus valles frescos y por un instante pierdo mi identidad tras un pliegue caprichoso de tu sonrisa.
Robo las breves horas y las escondo en el fondo del baúl donde guardo los momentos felices.
Luego volverás a tu atalaya para dominar tus posesiones, y yo, que sólo soy el más despreciable de tus juguetes efímeros, albergaré la esperanza de tu improbable retorno.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
Ilustración: Nicoletta Tomas Caravia (serie Amantes)

En el parque de atracciones



Cuando bajó de la noria se sintió un poco mareada. No era propensa al vértigo y disfrutaba de las atracciones más arriesgadas. La noria tampoco era grande. Quizás rotaba demasiado rápido y eso fue lo que le provocó la sensación de tener el estómago a la altura de la garganta.
Se sentó en un banco frente al tiovivo. Se fijó entonces en el decorado de los caballitos y carromatos, recargado hasta la saciedad de miles de detalles coloridos. Predominaban las capas de pintura dorada. Desde esa distancia y con las últimas luces del día, se diría que aquello parecía un tesoro de cuento de piratas.
Relajó su ánimo observando el vaivén lento del carrusel, acompañado de la repetitiva musiquilla estridente. Siempre le gustó ese rincón del parque de atracciones.
Pronto se sintió recuperada y se levantó dispuesta a seguir su recorrido, pero la sensación de vacío volvió con más fuerza y se tuvo que sentar de nuevo. Notaba las manos frías y temblorosas. Unas gruesas gotas de sudor recorrían su espalda y la hacían estremecerse. Intentó relajarse, pero el tiovivo le parecía ahora algo horrible. Pasó cerca un chico de mantenimiento del parque y a punto estuvo de pedir ayuda, pero en el último momento se contuvo.


Víctor Manuel Jiménez Andrada