Al llegar a mi oficina, por casualidad, como ocurren las cosas inesperadas, me he encontrado sobre la mesa con un montoncito de folios que alguien había dejado allí. Me ha atrapado la emoción del artista frente al lienzo antes de dar esa primera pincelada, justo en el momento de comenzar a materializar el boceto encerrado en su cabeza.
Ha sido una especie de llamada, la celebración silenciosa del regreso a una amada vocación a la que he atendido, en los últimos años, con el entusiasmo herido y sin el tiempo suficiente.
He sentido alegría y sosiego, como el hijo pródigo cuando vuelve a su casa y le acoge su querido padre, después de vagar por el mundo dilapidando la vida.
Tal vez el aliento cálido de alguna musa esquiva y caprichosa vuelve a posarse en mis párpados. Tal vez.