La subida siempre es difícil

La tierra se eleva vanidosa
y en lo más alto se viste
de enaguas blancas.
 
La cumbre se muestra esquiva,
pero un sendero nos dice
que no seremos los primeros
ni seremos los últimos.

Pasos lentos, constantes,
como vaivén de péndulo,
hasta alcanzar la cima.
 
Desde allí nos veremos
rodeados de las montañas
grandes y orgullosas
y seremos minúsculos
      (más todavía).

La polilla

Una polilla entró por la ventana de su habitación. Revoloteó sin rumbo y cayó muerta en el suelo, igual que si hubiera sido fulminada por un rayo invisible. La tomó por las alas conmovido y pretendió acunarla sobre la palma de la mano. Observó con ternura el cuerpo inerte mientras pensaba en los caprichos del destino. Se asomó a la ventana, necesitaba un poco de aire fresco. La desoladora imagen del patio de luz le abofeteó: aquellas paredes derramaban grises sin pudor. Se retiró a la cama, se tumbó como si le hubieran abatido. Un dolor intermitente se apoderó de sus sienes y le nubló el ánimo. Colocó la polilla sobre el pecho y clavó la mirada en el póster desvaído del Malecón de la Habana. Así se quedó dormido.
 
Lo despertó el sonido del teléfono. Las noticias eran terribles, debía regresar inmediatamente. Recogió sus pocas pertenencias en una mochila, saldó las cuentas del alquiler y empleó los últimos ahorros para el billete de avión. No se despidió de nadie, porque no había nadie de quien despedirse. En el aeropuerto, antes de embarcar, procuró sacudirse bien los zapatos para no llevarse nada de recuerdo de aquellos seis años, salvo la pequeña polilla, que yacía en una cajita de cerillas al fondo de la mochila.
 

 

Sin querer

    Yo no lo quería matar, ya lo sabes. Ha sido un accidente, solo pretendía que no se metiera debajo del mueble. No por nada, sino porque si se quedaba allí encerrado podía morir de hambre y de sed. Y mira, intentando su bien me lo he cargado.
    Cómo iba a pensar que el palo con el que quise auxiliarlo tenía una púa atravesada. Ha sido también mala suerte, coincidencias terribles que hacen que las cosas terminen en tragedia. Vi que algo iba mal cuando se encogió y lanzó ese chillido agónico que hizo que me recorriera un frío terrible por la nuca. Cómo se retorcía.
    Y lo peor del asunto es que el niño lo ha visto todo. Ahora no me habla y me mira con verdadero pánico, como si fuera un monstruo.

No cometas el error de sacarme de mi error

¿A ti qué más te da
que en el horizonte
vea gigantes
o molinos de viento?

Con el engaño de mis ojos
construyo un poema
para el curtidor de las nubes.

Ya, cuando el camino me acerque,
aceptaré los fallos
en el algoritmo que envuelve
estas palabras;
pero sin prisas,
que tenemos todo el tiempo
para soñar y ser soñados.

Valor

    Al héroe le flaquearon las piernas cuando le sacaron al patio para fusilarlo. Se orinó encima al cubrirle el rostro con una capucha negra. Gimió, lloró y pidió clemencia a gritos antes de que se oyera la orden fatal. Nada de esto se recogió en el parte de aquel día, que se cerró con la frase tantas veces repetida: «El condenado ha fallecido con valentía y honor».
    El sargento y los soldados que formaban el pelotón conocían el rosto de la muerte y el roce helado de sus dedos alrededor del cuello. Nadie se atrevía a jactarse ante un trance así. Con los tiempos que corrían, cualquiera podía ser el siguiente.

Encrucijadas múltiples

(1)

Nos cruzamos con otros caminantes.
¿Hacia dónde van nuestros pasos?
¿Dependen del capricho
de alguna brújula invisible?

Ir adelante no es ir
a un mismo lugar
o no lugar común
        {encrucijadas múltiples}.

(2)

No existen lugares comunes
para las estrellas fugaces
que recorren el cielo
con su estela de oro:
        espectáculo clandestino
        y azaroso deleite
        para los que tenemos,
        a pesar nuestro,
        los pies sobre la tierra.

Tarde de fiesta

    Cuando el toro sacó el cuerno de su abdomen con la misma violencia que lo había introducido, supo que apenas le quedaban unos segundos de vida. Aún pudo ver cómo varios hombres corrían hacia él para auxiliarlo, mientras el animal acudía a la llamada de unos mozos al extremo opuesto de la plaza improvisada con unos carromatos de madera. Los gritos del público fueron las trompetas de su Apocalipsis particular.
    Quiso decir algo desde el suelo, antes de que lo recogieran, pero un vómito de sangre ahogó lo que hubieran sido sus últimas palabras. Después cayó en la espiral profunda que conduce al abismo de la nada.
    Media hora antes había dejado a Mariola en su casa, tras el baile de la tarde. Ella había aceptado la petición de matrimonio y habían fijado fechas posibles para el acontecimiento. Luego se marchó con los amigos a celebrarlo a la plaza.
    Al día siguiente la dicha se tornó en luto tanto en su hogar como en casa de su novia. Todos lloraron, menos el padre de Mariola, que se encerró en la bodega y dio buena cuenta de la mejor botella, guardada para una ocasión especial. Él siempre quiso algo mejor para su niña.

El cataclismo de las mariposas

(1)

Los kilómetros son el bálsamo
que cubre las heridas
    {dulce espiral que las envuelve
    para que sanen lejos
    de la intemperie del ahora}.

(2)

Un remanso se tiñe
con vuelos delicados
de mariposas blancas.
Vuelos que engendran cataclismos
en las antípodas
del camino por el que transitamos
casi sin darnos cuenta.


Animal

    No hubo forma de quitarle la muñeca de las manos. La apretaba con tal fuerza que ni el más robusto de los hombres fue capaz de arrancársela. Miraba a todos con un odio animal que espantaba. Un odio de hembra a la que le acaban de arrebatar a su cría. Sus ojos habían agotado las lágrimas en los días previos, ahora solo anidaba en ellos el fuego primitivo de la venganza.
    La arrastraron al maletero de un vehículo y allí la encerraron. Circularon a gran velocidad por una carretera de firme irregular, ella recibía en su cuerpo los latigazos de cada curva. Conocía su destino, se habían encargado de recordárselo: una zanja en mitad del bosque, un disparo en la frente y una capa de cal viva. Después el olvido, nadie la echaría de menos.
    En un segundo se produjo el impacto. Varias vueltas de campana la dejaron aturdida, pero el portón del maletero se abrió cuando el coche se detuvo. Salió tambaleándose, milagrosamente ilesa. La fiera estaba libre y pronto lo iban a saber.

Simbiosis

Somos camino
fundidos entre el paisaje.

Nos buscamos desnudos
en mitad de un páramo
apenas el primer albor
pespuntea el horizonte.

Cada paso es el aliento.

No seremos los ignorantes
de la negación absoluta.

Cada paso es el aliento.

Somos camino
hacia el crepúsculo.

El líder

    Después de las lluvias torrenciales que lo arrasaron todo, se encontraron perdidos. Vagaron por el territorio embarrado durante muchos días. Algunos, los más enfermos y viejos, perdieron sus fuerzas para seguir un camino hacia la nada y se dejaron devorar por unos depredadores más hambrientos y desesperados que ellos.
    No había redención en un paraje atroz de fango y muerte. Pero cuando parecía que todo estaba perdido apareció en el horizonte la imponente silueta de un gran macho. Se limitaron a seguirle con nuevas esperanzas. Tenían un guía, un líder capaz de llevarles a un terreno de grandes praderas verdes, un lugar en el que no faltara ni el alimento ni el sol tibio para calentar sus cueros enmohecidos por la persistente humedad.
    Le siguieron hasta el precipicio y allí desaparecieron todos. Deslumbrados por el tamaño descomunal de los testículos del macho, ninguno percibió la ceguera en sus ojos. Una vez más, los buitres ganaron la partida.

Obertura

(1)

Inicio el viaje en la palabra
camino,
sin pretensión de luz
que arañe el horizonte.

(2)

Aquí, el vuelo del vencejo
no entiende de extranjeros
y dicen que los versos
brotan en ciertos manantiales.

(3)

Agradecido habitaré
cualquier no lugar que me acoja
-hasta el amanecer siguiente-
con la ternura de una madre.

Los buenos y los malos

No me creo las historias con finales felices.

La vida enseña que Caperucita es un poco loba y el lobo un poco niño, por la misma razón que un vaso
medio vacío es también un vaso medio lleno.

No hay buenos ni malos sobre el tablero; solo vencedores y vencidos en un punto situado en el espacio-tiempo; y el único final verdadero es: “...comieron lo que pudieron y vivieron luchando.”

No hay buenos ni malos sobre el tablero,
todo depende del punto de vista.

Una taberna en Elvas

    El hombre llega a la taberna de siempre cuando el reloj de la torre marca las cuatro de la tarde. Es un rito que cumple invariablemente desde que se quedó viudo hace quince años. Sus hijos echaron raíces en la capital, aquí el trabajo escasea y sus horizontes apuntaban hacia el inmenso Atlántico. Entra en la taberna y solo entonces se quita la gorra. Viste de negro, es su tradición llevar el dolor pegado a la piel. Nunca pensó en rehacer su vida, porque su vida era ella. Solo le queda la rutina sencilla de la inercia, los paseos en primavera por el parque, la lectura del periódico en la biblioteca municipal y la conversación con algún amigo de la juventud para enumerar ausencias.
    Su mano temblorosa lleva la taza a unos labios castigados por el paso del tiempo, la intemperie y la terrible sequía de besos desde que ella marchó. Sus ojos, sin embargo, no son tan tristes. Reflejan el tiempo pasado y las cicatrices de los días felices. La esperanza es entonces el recuerdo; y el recuerdo es el rosario de cuentas cíclicas que desgrana cada tarde en la taberna para el que quiera escucharle.

Gris

Evito infectar de adjetivos su nombre para no caer en la degeneración de los rapsodas hiperglucémicos que mendigan aplausos en las puertas de las escombreras.
 
La conocí un día que olía a noche, en el mejor momento de las malas horas, pero todo acabó tan pronto que no llegó a empezar.

Nunca he sabido jugar con el color gris.
Tal vez esto parece la excusa del que no tiene polvo en los zapatos ni cicatrices en el reloj.

Un kiosco en Lisboa

    No hay nada mejor como una cerveza después de un viaje. Saborear la esencia de Lisboa en cada detalle al ritmo de jazz y de fado en un pequeño kiosco-bar regentado por un hombre entrado en años que, tal vez, debería estar jubilado. Parece increíble todo lo que almacena en tan poco espacio. Hay un cartel que dice que tiene la mejor sangría ya no de Lisboa, sino de toda Portugal. Siempre he admirado ese aire de valentía temeraria, que no de inconsciencia o soberbia, ese afán de no aparentar ser el mejor, sino de creerlo firmemente.
    El hombre, con su cigarrillo entre los dedos, charla con los parroquianos: chicos jóvenes, algunos con guitarras en sus fundas. A todos les ha puesto un platillo con cacahuetes o altramuces. A todos menos a mí, porque creo que ha detectado desde lejos que solo soy un viajero de paso con el que tampoco merece la pena deshacerse en detalles. En cualquier caso, el ambiente y el encanto de ese lugar me ha conquistado para siempre.

Circuito cerrado

En una pista de carreras la línea de meta coincide con la salida.
Ya sabes: “del polvo vienes...”

Han instalado un circuito cerrado de televisión en el horizonte para capturar la danza de las mariposas de papel.

Cuando la línea de meta coincide con la salida es viajar a ninguna parte.
Eso dicen los que no entienden que la esencia es el trayecto.

Mal presentimiento

    Cuando añadí su número de teléfono a la agenda de mi móvil, tuve la sensación agridulce de un presentimiento extraño. Sabía que no debía hacerlo, que me traería problemas, pero por otro lado, una atracción irremediable palpitaba en mis venas sedientas de emociones nuevas. 
    No sé cuántas veces, a lo largo de los meses siguientes, intercambiamos mensajes y llamadas. Luego siguieron los encuentros clandestinos en los lugares más infames y disparatados.
    Todo acabó cuando debería haber empezado, es decir, cuando mi mujer descubrió sus fotos en mi correo electrónico. Fue una torpeza imperdonable por mi parte.
    Ahora que mi divorcio es un hecho, ella también me ha dejado. Creo que no le interesa un tipo solitario como yo, con poco dinero y menos futuro.